La mujer subió a la camioneta con prisa, no porque la tuviera, sino porque el brocha le pidió que fuera "breve".
Al estar dentro, observó a su alrededor y no ubicó un espacio para acomodarse. La camioneta iba llena y el chofer tenía urgencia de velocidad.
Un acelerón puso en riesgo su equilibrio, así que el único reflejo que tuvo fue apoyar su mano derecha contra el techo y la izquierda se quedó agarrada del tubo de la puerta de entrada.
Cuando levantó la vista, un hombre calvo, de ojos claros, camisa negra y pantalones acid wash le sonrió con picardía.
Ella no se había percatado... lo tenía encerrado entre sus brazos, aprisionado contra la ventana de la camioneta.
Y cada vez que aceleraba el chofer, su nariz accidentalmente rozaba el cachete del calvo, quien no hacía más que "hacerse el loco" y seguir sonriendo.
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