jueves, 17 de diciembre de 2009

Inevitable recuento

Este mes me obliga a hacer un recuento de logros, fracasos, momentos felices y otros que no tanto. Lo que más resalta este año 2009 es ese descubrimiento en mí de dos cosas: que sí puedo escribir ficción (aunque apenas estoy dando mis primeros pasos) y que mis garabatos con tinta china pasaron de "manualidades" a lindos detalles.

Es increíble cómo la mente del ser humano bloquea habilidades o capacidades innatas con sólo repetir la frase "no puedo".

Yo solía afirmar que no podía escribir otra cosa que hechos periodísticos y por eso me acercaba a la literatura de No-Ficción. Sin embargo, este año me integré a un taller de escritura creativa y zas que me permito teclear en la computadora cosas diferentes. Y zas que al grupo de personas que me acompañan en esta aventura, les ha gustado lo que les he leído. Lo lindo de este taller es que nadie está sujetando mi mano para decirme cómo. Más bien, nos trazamos retos como un relato con narrador en tercera persona o un cuento cuyo personaje tenga ciertas características. Nada más.

Por el otro lado, por el de los dibujitos, también decía "yo no puedo dibujar". Pero bastó con que me llegara una bonita excusa para sacar eso que tenía ahí encerradito. Todo surgió a raíz de un regalo que le hice a mi papá. Quería hacerle algo con mis propias manos. Así que, pregunté cuáles eran los materiales más amigables para tal hazaña, compartí mi idea y me regalaron unos tips. Lo mismo hice con el regalo de mi mejor amiga. Y ahora, quiero regalarle uno de esos a todas las personas que quiero y que tengo cerca.

Teniendo eso en cuenta, creo que seríamos más optimistas si al final de cada año nos preguntáramos "¿qué cosas nuevas descubrí en mí esta vez?"

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Divagaciones

Por encima de la pantalla de mi laptop veo pasar siluetas de todos los colores, algunas más cerca que otras. Unas pocas se hacen visibles, se acercan y dejan en mi nariz olores fuertes, perfumes fugaces, sonrisas forzadas.

Alguien abre la boca, saluda "hey, qué tal estás?" y yo respondo mecánicamente "bien".

Suena en mi oído un violín, un chelo, y una guitarra melodiosa. Entonces me pregunto "¿bien?". ¿Eso qué significa? ¿Por qué se conforma con esa respuesta?

Así, empieza todo a desaparecer: el timbre de los teléfonos, la sensación hipnotizante de la luz blanca, las siluetas...

De repente respiro olor a tierra mojada, a brisa. Siento el sol entibiando mi rostro, pero mis manos siguen frías.

Abro los ojos y resulta que sigo en la oficina. Y el violín sigue sonando, también los teléfonos. Regresan las siluetas...

Creo que tanto desvelo y esta música, me hacen divagar.

Ilustración mentisworks.org

martes, 8 de diciembre de 2009

La síntesis del año viene en facturas


Curiosa manera de hacer el recuento de este año: un obligado ordenamiento de facturas.

Por medio de cientos de papelitos que fui separando por mes, recordé no sólo mis múltiples visitas al supermercado y la lavandería, sino también mis citas con el médico, la compra de medicamentos, pagos de peaje de camino hacia la playa y más de una cena con amigos y amigas.

A diferencia del legajo del año pasado, esta vez no tengo boletos de avión ni de bus extraurbano. Así que, ya sé en qué enfocarme a partir de enero ;o)

jueves, 3 de diciembre de 2009

Dulce compañía

Entré sin hambre al comedor de siempre. Me inserté en esa nube de humo blanco con olor a churrasco y decidí ubicarme en la mesa más cercana a la puerta, para evitar -según yo- que ese aroma se impregnara en mi ropa.

El amplio lugar se llena regularmente de oficinistas que salen a almorzar o de familias pequeñas que andan de compras por el mercado central. A quienes llegamos sin compañía nos toca sentarnos en unas diminutas mesas empotradas en la pared. Así que, fui directamente a ocupar uno de esos asientos.

Apenas estaba acomodándome cuando me habló una señora mayor -yo le calculé 60 años- y me preguntó si iba sola. Al decirle que sí, me invitó a acompañarla. "Así nos hacemos compañía", me dijo. No me pareció mala idea.

Ella ya tenía su plato servido: una porción de pollo asado, verduras y arroz. Yo intentaba ubicar a la mesera, mientras ella empezaba una interesante conversación.

Me habló de muchas cosas que dicen los periódicos, la reforma fiscal, el presupuesto del 2010, el impuesto a los celulares... "Qué bien informada está", pensé. ¡Y qué lúcida! Ella llevaba la batuta en la plática y era ella quien llamaba constantemente a la señora para que me llevara mi comida, mi tenedor, mis tortillas.

Poco a poco me fue revelando cosas más personales: es jubilada, nunca se casó, no tiene hijos, siempre vivió con su mamá, le gusta ir a las iglesias, su casa se incendió "en la época de Laugerud", su verdadera edad es 77 años y hoy, quería comprarse un pastelito en De Imeri.

Al terminar de comer, me regaló un chicloso de pera. Me preguntó que si podía encaminarla, pues al fin y al cabo íbamos a tomar el mismo camino.

De todas sus anécdotas e historias, me quedo con un comentario que me hizo y que me humedeció los ojos. Me agradeció mucho el momento que compartimos y me dijo que soy "una dulce compañía".

miércoles, 2 de diciembre de 2009

En honor a Zoé Koplowitz*

Zoé no sabe por qué le tiemblan las manos. En cada cucharada de sopa que intenta llevarse a la boca, suda de la vergüenza. ¿Estará realmente tan nerviosa? Días antes estaba segura de que no importaba si ganaba o no, sólo quería llegar a la meta. Entonces, ¿por qué se siente tan débil? ¿Acaso no son suficientes los seis meses de chequeos médicos?

Siente un vacío en la boca del estómago. Una ligera náusea la empieza a agobiar. No puede seguir comiendo. Empieza a pensar en todos los escenarios posibles: una o dos caídas a medio camino, un desvanecimiento total, deshidratación, calambres. Cualquier cosa puede fallar en el momento menos esperado.

Y mientras se recupere en alguna solitaria camilla de hospital, circularán artículos burlones en los periódicos y chistes en la televisión, acompañados de sonrisas condescendientes de su familia o abrazos compasivos de sus amigas.

Pero entonces recuerda aquella lista que escribió hace un año, esa hoja de papel que le sirve para perder la cordura y soñar despierta. Desde que la redactó la tiene colgada con un imán en la refrigeradora, es la gran culpable de que haya decidido inscribirse en la maratón.

Desde la mesa del comedor, alcanza a leer la primera frase: “Sin un plan, mi sueño se convierte en fantasía”. Al menos esa parte la tenía asegurada. La habían contactado los ángeles guardianes, un grupo de médicos, enfermeros y voluntarios dispuestos a apoyarla durante el trayecto.

El pulso empezó a regularse.

La segunda frase dice: “Primero defino por qué lo hago, después el cómo lo haré”. La tercera le recuerda: “Los muros se presentan en diferentes tamaños y formas”… Y así, a medida que va leyendo, Zoé se va calmando.

Entonces, se sonríe y piensa que un poco de aire fresco le recordará aún más cosas buenas. Toma sus muletas y se levanta de la silla con dificultad. Sale al porch y se sienta en un sofá donde había dejado pendiente la confección de varias cintas de colores. Entre un par de suspiros termina de cortarlas y las anuda a esos dos soportes metálicos de color púrpura que la han acompañado durante 15 años.

Sólo así, se siente lista. “Cualquier cosa puede pasar”, se dice. “Pero al menos, quiero intentarlo”.

En esa época poco sabía Zoé Koplowitz que correría por 22 años consecutivos la Maratón de Nueva York. Y mucho menos se imaginaba que las 22 veces llegaría a la meta en último lugar, sin medallas ni aplausos, pero sí con la satisfacción de haber vencido una vez más, a las limitaciones de la esclerosis múltiple y la diabetes.

*Relato inspirado en esta optimista mujer.

lunes, 30 de noviembre de 2009

¡ave maría purísima!... lectura de textos sobre deporte


El proyecto radar de Libros Mínimos y Sophos se puso esta vez los tenis y la pantaloneta para salir a perseguir esa apasionante palabra y sus sudorosas consecuencias. Nuestros invitados, escritores, cineastas, periodistas y bloggers, harán correr al signo en la pista de nuestras cabezas, será una excelente competencia de relevos. Las apuestas quedan abiertas.

Participan: Wendy García, José Joaquín López, Gustavo Abril, Víctor Muñoz, Sergio Ramírez y Eddy Roma.

Se proyectará el cortometraje: "Hoy sí" de Sergio Ramírez

Lunes 30 de noviembre
18:30 horas
Sophos, Fontabela
12 calle, 4 avenida, zona 10

Foto por Alejo España

domingo, 29 de noviembre de 2009

Why don't you come to your senses?

La primera vez que escuché esta canción fue en la película "In America", cantada por una niña, quien según yo, podía conmover hasta al más duro de los hombres. La única conmovida fui yo. Jeje.

Navegando por el youtube, me encontré la versión de Tori Amos.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Domingo de recuerdos

El silbido de la jarrilla invade la paz de un domingo en la casa de Mariela. Es la señal que estaba esperando para dejar la cama. Había pasado todo el día anterior acurrucándose en ese refugio de sábanas y ponchos, así que hoy había decidido salir a saludar al sol para recordarse a sí misma que la vida tiene momentos brillantes afuera de su habitación.


Baja a la cocina sin prisa, con las pantuflas bien puestas y la pijama todavía caliente. Prepara un té de naranja con miel, pone un poco de blues en el estéreo y sale al balcón de su estudio, a ver cómo el viento de noviembre mueve las hojas de los encinos.


El primer sorbo de su bebida matinal le recuerda el lugar en donde compró esa caja de té, un restaurante vegetariano del que ya se ha aburrido, ese que empezó a frecuentar con su nuevo trabajo. No es el lugar ni la comida, es que se está hartando de esa oficina gubernamental donde se siente atrapada, desorientada, desperdiciada.


La sensación del té bajando por su garganta la trae de regreso al balcón. Hoy es domingo, se dijo. Así que, se dispuso a disfrutar la dulzura del momento.


Entonces, resalta la música que había puesto. La letra de la canción que suena le recuerda a su primer novio, un estudiante de ingeniería química que tocaba guitarra clásica, pintaba al óleo y le horneaba pasteles. Se ríe para sus adentros: a partir de haberlo dejado, todas sus historias amorosas han sido un desastre. A sus casi 40 años, Mariela se pregunta si podrá ser madre.


Se pone de pie, con el antojo de salir a bicicletear un rato para evitar más recuerdos. No le importan las pantuflas ni la pijama. Sale a pedalear por los alrededores de su barrio.


A tan tempranas horas de un domingo, las calles todavía están adormecidas. Eso le gusta. Le permite cerrar los ojos en una pequeña cuesta y dejarse llevar por la gravedad. Respira hondo. El sonido de las llantas reventando las piedrecitas del camino la transportan al pueblo donde vivía su abuela, donde pasó gran parte de su niñez. Cómo le gustaría estar un tiempo por allá, lejos de la ciudad y cerca de su inocencia.


Un bocinazo la saca de su letargo. Deja de pedalear y permite que su acelerado corazón descanse. Se sienta en la acera, debajo de otro encino como el que ve desde su casa.


A lo lejos escucha la narración de un partido de futbol. No distingue la casa de la que proviene, pero puede imaginársela: la mamá en la cocina prepara el desayuno, los niños revolotean en pijama por toda la casa y el papá pone su partido a todo volumen en la sala, opacando las risas y los juegos de los pequeños. Así habían sido algunos domingos en casa de sus padres.


No es posible, se dice. Debo distraerme para no seguir viajando en el tiempo. Así que, vuelve a la bicicleta y se dirige a la casa de su mejor amiga para que la anime con las historias de sus más recientes conquistas.


El fin de año siempre le afecta a Mariela. Y los domingos, suelen caerle recuerdos que la hacen sentir más sola.



Foto por Sydney Rappaport.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Para mis hermanas


Porque esto es lo que nos toca: dar vuelta a la hoja, empezar de cero y apuntar esas cosas que no queremos repetir. No importa cómo. ¡Un viaje en solitario no es mala idea!

¿Verdad que sí?

viernes, 6 de noviembre de 2009

Curiosa esa relación de amor y odio

Cuando empezaba la adolescencia y me sentía sola e incomprendida, solía callar. Si mis padres despotricaban contra mis gustos, recuerdo que asentía o me quedaba viéndolos, inexpresiva. Tomé esa actitud porque quería dejar de darme contra la pared, intentando convencer a mis papás de que lo que yo creía acerca de la vida no era malo sólo por ser diferente.

Pero, lo que logré fue acumular una serie de frustraciones que me motivaron a vivir fuera de casa.

Después de nueve años de no estar con ellos, a mis hermanas -que siguen viviendo ahí- aún les cuesta trabajo lidiar con la brecha generacional. Suelen tener constantes altibajos provocados por la esperanza de que, siendo honestas y transparentes, lograrán comunicarse.

Obviamente, ese fenómeno lo genera la natural convicción de cualquier padre o madre de buscar el bienestar de sus hijos. Lo comprendo ahora que lo veo de lejos.

Lo más curioso es que los hijos, después de toda esa contradicción y batalla contra los progenitores, regresamos a casa cuando necesitamos que nos recuerden que a pesar de todo, en ese lugar encontraremos cariño y un buen descanso del mundo.

¿O me equivoco?

Foto de Marina Zamora

lunes, 2 de noviembre de 2009

Abracemos el frío pues

Contrario a mi hermana Karina, la lluvia y el frío me ponen a suspirar. Me da por escuchar canciones que sólo tienen música de guitarra acústica o piano. Así, hago una linda combinación entre agua, cielo gris y ricas melodías de fondo, no para nostalgiar, sino para disfrutar las chamarras calientes, los desayunos en pijama, las bebidas humeantes y el barranco mojado, invadido por un gusano gigante hecho de niebla.

Además, a mí que me gusta ponerme muchos trapos encima (faldas sobre pantalones, camisetas sobre blusas de manga larga, calcetas y bufandas...), esta época de friíto me motiva a explorar el closet.

Así que, le doy oficialmente la bienvenida al fin de año. Yupiiiiiiiiiiiiii :o)

sábado, 31 de octubre de 2009

Recuerdos de los noventa

Encontré en youtube una de las apariciones de Pearl Jam en la película Singles de 1992.

¡Me trajo tantísimos recuerdos!



¡Cómo me gusta esa película! No tanto por la historia, sino porque documenta buena parte del movimiento grunge en Seattle.

Que lo disfruten.

martes, 27 de octubre de 2009

El pasado duele en el vientre

Por cuarta vez sonó el timbre, por cuarta vez se le removieron las entrañas. De pie, detrás de la puerta, Clara sudaba frío mientras dejaba pasar los segundos. Sabía quién tocaba. Sabía lo que quería de ella.

En ese breve lapso desfilaron casi veinte sensaciones por sus brazos, sus orejas, sus ojos, su boca: desde el sobresalto del primer beso con aquel individuo que hoy tocaba el timbre, la complicidad de sus lágrimas, hasta el último abrazo que compartió con él.

Sonó el timbre de nuevo y el corazón empezó a latirle más fuerte. Sintió un ardor intenso en el estómago.

En sus oídos resonaron las palabras de sus amigos. Se lo habían advertido, nada bueno resultaría de esa relación. Se cansaron de repetírselo, pero ella había decidido quedarse a su lado contra toda predicción, aferrada a un par de días románticos y a unos cuantos fines de semana afortunados.

Ahora, era él quien rogaba detrás de esa puerta por un poco de ganas, una pizca de atención.

Clara comprendía su angustia. Sentía, a través de la gruesa madera que los separaba, la rabia contenida del otro, la incertidumbre que lo embargaba, la ansiedad. Tuvo varios impulsos de abrazarlo y ofrecerle consuelo, pero por alguna razón su cabeza se antepuso al sentimiento.

El timbre volvió a sonar. Esta vez la invadió un escalofrío. Cerró los ojos. Contó con los dedos de sus dos manos las veces en que él huyó de los aprietos, el número de encuentros con otras mujeres, las citas a las que llegó borracho, los colmillos de cocaína que encontró en su abrigo. Por un momento volvió a sentir el dolor de aquella aguda punzada que le propinó para acabar con su embarazo… Necesitaba dos manos más para seguir enumerando pesares.

Clara estuvo a punto de perder el equilibrio. Se aferró a la pared mientras se sujetaba el vientre. Abrió inmediatamente sus ojos. Por fin comprendió por qué no había bloqueado esos recuerdos. La sacudió un profundo suspiro y automáticamente le dio la espalda a la puerta.

El timbre dejó de sonar.



lunes, 26 de octubre de 2009

Empezar el día riendo

Pocas veces he reído a carcajadas tempranito en la mañana, antes de empezar la jornada laboral. Hoy fue uno de esos días. Y eso que, a partir de que salí de mi casa, todo me salió mal. ¡Hasta se me rompió un tirante de mi vestido rojo!

Foto tomada de www.janetscreativepillows.com

viernes, 16 de octubre de 2009

Recuerdos

Hace muchos años viajé para huir de vos, pero lo único que logré fue hacer que tu ausencia pesara más en el equipaje.


Foto tomada de librodearena.com

jueves, 8 de octubre de 2009

Carta de amor

Para Leonard Woolf.

Querido,

Me siento segura de estar nuevamente enloqueciendo. Creo que no podemos atravesar otro de estos terribles períodos. No voy a reponerme esta vez. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor hacer.

Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todas las formas todo lo que alguien puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta que apareció esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy estropeando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. ¿Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente? No puedo leer.

Cuanto te quiero decir es que te debo toda la felicidad en mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bondadoso. Quiero decirte que todo el mundo lo sabe: si alguien podía salvarme, hubieras sido tú.

Nada queda en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destruyendo tu vida por más tiempo.

No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.

Virginia Woolf. 28 de Marzo de 1941.

domingo, 4 de octubre de 2009

Te espero

Aún guardo el ramo de florecitas que me mandaste. No me importa que ya se haya secado. Siguen en el agua, como el día en que las traje a la casita.

Y cada vez que cierro mis ojos, viene a mi memoria aquella imagen tuya de pie frente a la ventana, con tu pelo largo suelto, el suéter gris que te queda flojo y tu mano derecha saludándome nostálgicamente.

En estas últimas semanas, protagonizás mis sueños y te me aparecés en los ojos traviesos de Sebastián.

No importa cuándo vengás, hermanita. Algo me dice que estaremos más cerquita que antes.

Algo me dice que ahí adentro nunca se apagó la estrellita que traías amarrada en el cordón umbilical.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Miércoles Aipoderos

Nunca pensé que mi ipod se hiciera famoso. Hoy por la noche le daré "play" en el Bar Central del Excéntrico (7a. avenida de la zona uno, frente al edificio de Telgua).

Como ya me llamaron la atención, hago aquí público mi debut como DJ. Jeje.

Lo único que haré será compartir con quienes lleguen, mi gusto por el trip hop y acid jazz. Oséase Björk, Portishead, St. Germain, Massive Attack, Goldfrapp, Cocorosie, Gotan Project, Faithless, Jamiroquai...

¡En un par de horas nos vemos por allá!


Pintura de Maricar Lavín

viernes, 18 de septiembre de 2009

Un día casi perfecto*

Por fin Justiniano consiguió su camión, ese vehículo pesado y enorme que lo conduciría a “un futuro mejor”. Aquel sábado por la mañana estaba determinado a mostrárselo a todo el pueblo. Quería presumir el resultado de su arduo trabajo y su doloroso ahorro, pero también quería circular por las estrechas calles con esa brillante y amarilla sonrisa que sólo los dientes de oro y el tabaco podían asegurarle. Ya lo decía el adhesivo del vidrio frontal: “Se sufre, pero se goza”.

Se rasuró la escasa barba, se perfumó por primera vez en muchos años y se puso sus mejores botas. Era muy probable que -ahora sí- Juana lo volteara a ver, o al menos, que se acercara a reconocer el “lujo de camión” que había conseguido.

Subió con dificultad a la cabina delantera, colgó orgulloso su crucifijo fluorescente en el retrovisor y arrancó el motor. Inmediatamente empezó a sonar el caset que había dejado en play. Tocó la bocina al ritmo de su ranchera favorita y aceleró en dirección de la plaza central. La polvareda asustó a las gallinas que cruzaban el camino y a su madre, quien salió corriendo hacia la puerta a gritarle que tuviera cuidado, por favor.

Mientras Justiniano se aferraba del timón, las trompetas de aquella canción mexicana le sonaban gloriosas. Tenía ganas de taconear, pero sabía que si quitaba el pie derecho del pedal de gasolina, disminuiría la velocidad de sus ilusiones.

Los vecinos empezaron a salir de sus casas ante tal algarabía. Al identificar el rostro del joven conductor, se sonrieron y saludaron, en señal de felicitación. Los perros ladraron a las imponentes llantas, corriendo junto a ellas como enloquecidos.

¡Ajúa!, gritó Justiniano y agitó su sombrero fuera de la ventanilla.

Al verlo, varios niños corrieron detrás del camión. Por alguna razón inexplicable eran atraídos a él como a un imán. Un par de ellos lograron colgarse de las cadenas que amarraban la puerta trasera, aún con el vehículo en marcha. El hijo de doña Fide, la de la ferretería, repetía los ¡Ajúa! en tono burlón, mientras los demás reían a carcajadas y lanzaban piedrecitas a esos pequeños “monos” que se balanceaban.

Justiniano apenas podía ver lo que estaba sucediendo a través de los espejos laterales. Por eso no fue cuidadoso al frenar cuando se le atravesó uno de los perros. Los niños, por inercia, chocaron contra la puerta trasera del camión. Quienes se golpearon levemente, seguían riéndose, no sólo del incidente sino también de la manera en que el hijo de doña Fide perdía el control de las cadenas. Unos pocos lagrimearon y optaron por no continuar. Hubo uno que gritó de esas palabrotas que su papá dice cuando se enoja.

A dos cuadras de llegar a la plaza, se unieron a la comparsa, tres amigos del orgulloso chofer, quienes se subieron en ambas puertas del camión. El ambiente que los rodeaba era tan festivo que decidieron subirse al techo de la cabina.

Doña Fide salió a la puerta de su negocio al escuchar el festejo con ruedas. Observó el momento justo en el que los “grandes” subían al camión. Secó el sudor de su frente, puso sus manos en la cintura y automáticamente frunció el ceño.

Justiniano, mientras tanto, subió el volumen de la música. Nunca había sido tan feliz como en ese momento. Esperaba ansiosamente que Juana saliera a su paso, le guiñara un ojo y subiera con él. Imaginaba que la llevaría a la ciudad, la invitaría a comer, le ayudaría a bajar como lo hacen con las reinas de la feria y cortaría una flor para colgarla en su pelo. La besaría. Con eso podía decir que había tenido un día perfecto.

Absorto en sus fantasías, no recordó que las casas que rodean el área central del pueblo, ya tienen electricidad y que, por lo tanto, los cables de alta tensión cuelgan a una altura no muy lejana de los techos de los camiones.

Al pasar por la casa de las monjas, antes de llegar a la iglesia, los tres muchachos de arriba -quienes cantaban a todo pulmón las canciones rancheras e invitaban a los niños a seguir corriendo tras el camión- chocaron sus cabezas con una de esas cuerdas eléctricas que acababa de instalar la municipalidad.

Los tres cayeron al suelo.

Doña Fide fue la primera en correr, exclamando todos los sinónimos de “bruto” que el susto le facilitó. La siguieron los niños, en parte divertidos y en parte, asustados.

“¡Llamen a las monjas, llamen a las enfermeras!, gritó doña Fide.

Uno de los niños se encargó de eso, mientras Justiniano bajaba del camión con el corazón en la boca. Estaba pálido y débil. La imagen de sus tres amigos en el suelo le generó un leve zumbido en los tímpanos. Empezó a ver puntitos negros. A lo lejos, escuchó que el motor del camión seguía encendido y que también seguía sonando la música ranchera del caset.

Cuando la última canción del Lado A estaba a punto de terminar, la voz de uno de sus amigos lo regresó a la realidad: “ese tu camión está muy grandote”.

Todos los que rodeaban a los tres cuerpos rieron a carcajadas, menos Justiniano, quien cayó al suelo, presa de un desmayo.

*Cuento

martes, 15 de septiembre de 2009

Makeover, Casita del Bosque, parte 1*



Muchas horas he invertido en ponerle colores vivos a esta casita, para que represente toda mi personalidad.



Demasiados años me había negado a dedicarle tiempo a cualquier vivienda que ocupara.



Poco a poco voy encontrándole utilidad a aquellas cosas que pensaba obsoletas.



Ahora, puedo decir que este espacio es mío.



Apenas el primer nivel está terminado. Ya vendrá la segunda parte.


*Agradezco la colaboración, asesoría y documentación fotográfica de Anita Cristina, Selene, José Luis y el Artista Conceptual.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Dulce agonía

A Soledad no le gusta salir de su casa cuando “todavía es de noche”. A las cuatro de la mañana le es muy difícil dejar sus sábanas calientitas. Todavía se siente adormitada cuando su mamá la viste y le pone un pesado abrigo encima. La gorra de lana que cubre su cabeza le provoca picazón en las orejas, pero si se la quita, es muy probable que reciba un horrible reclamo. Así que, se aguanta para evitarse el mal rato.

Ambas salen hacia la calle, mientras todos los vecinos duermen.

A medida que va despabilándose, Soledad se da cuenta que la ciudad es demasiado silenciosa. Lo único que escucha es el tac-tac de sus zapatos de charol y el chispeo de los gigantescos faroles amarillos que se esfuerzan infructuosamente por iluminar las aceras. Por momentos, la asusta su propia sombra, que se refleja en las viejas paredes de las casas.

Aprieta la mano de su mamá con fuerza. Le espantan esos recovecos oscuros que van dejando atrás.

Un par de ratas corren de una alcantarilla a otra e interrumpen el paso de Soledad. Se abraza, afligida, a la pierna de su mamá. Ya no sabe si la piel de gallina se la produce ese sucio roedor que desfila frente a sus ojos o la comezón de la gorra de lana que no la deja tranquila.

Igual de aterradores le parecen un par de bultos que se mueven en la acera. Su miedo crece cuando su mamá la aparta bruscamente de ellos y la lleva hacia la mitad de la calle. “Son dos vagabundos”, le dice, pero Soledad no entiende lo que eso significa. A lo lejos alcanza a observar que son dos personas cobijadas debajo de unos cartones y que en lugar de almohadas, usan unos zapatos rotos.

Su mamá apresura el paso, al que se acopla la pequeña con algunos tropiezos. Casi corre en lugar de andar.

De repente, al eco de sus pasitos se le suma el sonido de otros, más pesados, más lentos. Soledad se inquieta y voltea a ver a todos lados, hasta que logra ubicar a una sombra que se aproxima detrás de ella. No se tranquiliza hasta que le pone nariz, ojos y boca al fantasma. Resulta ser el panadero, según dijo su madre. “Va a abrir su negocio”.

Esa distancia entre su cama y la estación del bus es espeluznante, eterna. Afortunadamente eso significa que va de camino a donde su abuela, quien vive lejos de la ciudad.

Una cuadra antes de llegar, se escucha la bocina del bus. A Soledad le dan ganas de correr para poder refugiarse de inmediato en cualquier sillón que le prometa transportarla a donde todo es más alegre y bonito.

Ya en la estación, aún faltan unos minutos de agonía: la pequeña se ve obligada a hacerse paso entre una multitud desordenada de adultos que intentan subir a la camioneta al mismo tiempo que ella. Nunca entenderá cómo tanta gente está despierta a esa hora.

Para evitar el tumulto, su mamá la sube a sus brazos y la mete al bus por una ventanilla. Le dice que no permita que nadie se siente con ella y desaparece entre la gente. A la par de la niña pasan señoras regordetas que le rozan la cara con sus delantales húmedos. Le golpean su cabeza, hombres con olor a sudor y tierra. La asusta un anciano de cara arrugada que apenas tiene fuerzas para subir su maleta al compartimiento. A Soledad se le nublan los ojos. Se limpia la nariz con el brazo derecho.

Minutos más tarde, ve subir a su mamá por la puerta del bus. La pequeña se pone de pie y ondea su mano sin parar hasta que por fin, su madre llega al sillón y se sienta a la par de ella. Soledad la abraza desesperadamente. Entonces, le quita la gorra de lana y le limpia su carita con ternura.
La niña suspira aliviada y sonríe al recordar que van a casa de su abuela. La idea de sentarse en su regazo, columpiarse en el palo de naranjas y correr hacia el río, la hacen olvidarse de esa tortuosa caminata hacia el bus.

Ahora puede retomar aquel sueño que dejó en su cama porque bastará un pestañazo para estar en un lugar que le asegura que todo estará bien, que la oscuridad se habrá terminado y que el sol está listo para acompañarla en sus juegos y travesuras.

Sólo espera que no se les ocurra a todos esos desconocidos que subieron al bus, ir también a la casa de su abuela. Ella quiere ser la única que le provoque carcajadas y la única en recibir la deliciosa melcocha vespertina.





Este cuento fue publicado en La Revista del Diario de Centroamérica de hoy.

jueves, 27 de agosto de 2009

Eterna adolescente

“Qué triiiiste se oye la lluvia, en las casas de cartóooon”, canta con voz chillante la mujer que ha establecido una especie de campamento imaginario a las afueras del Palacio Nacional de la Cultura. A las canciones de protesta suele acompañarlas de gritos revolucionarios y consignas de izquierda. Ya la gente está acostumbrada a oír sus agudos lamentos a cualquier hora del día. Nadie sabe su nombre, ni su edad, ni el momento en el que empezó a llegar al Palacio.

Por momentos, pareciera que el mundo se detuvo en su diminuta figura, justo en el momento de una gesta rebelde que nunca termina de suceder en su cabeza. Da la impresión de encerrar debajo de su ropa holgada, a una adolescente ilusionada y enérgica. Sus rizos canosos contrastan con su moreno rostro, escaso de arrugas.

Hoy por la tarde bailaba al compás de su propia música mental, mientras se movían en su ropa, trozos de tela blanca que había cosido estratégicamente.

Para los transeúntes, ella siempre está sola, pero para sí misma la compañía es permanente: a menudo sostiene conversaciones con un “señor presidente” a quien nadie puede ver; otras veces olfatea y recita poemas a las rosas del jardín y algunos días, le sonríe dulcemente a las mujeres que pasan a su lado, mientras pide “mis cinco centavitos, por favor”.

viernes, 21 de agosto de 2009

Las cosas más conmovedoras

Algunos productos audiovisuales dejan mucha melancolía recorriendo mis venas. Siempre termino suspirando, con la frente un poquitín arrugada y a veces, con ligeros nudos en la garganta. Aquí les menciono los que más he tenido presentes en estos días.



Beirut

No sé qué es. Sus letras no son depre. Los instrumentos que utiliza son como de feria de pueblo -lo cual debería hacerme sonreír-, pero es imposible. Creo que es su voz. Tiene un dejo de nostalgia por algo o alguien. Pareciera que el chavo me está transmitiendo su soledad, su tristeza, su vacío... o tal vez sólo me comparte una exploración en solitario. Tal vez los músicos que lo acompañan también son como él, almas errantes.




The science of sleep

Me deja tanta ternura, que me aflije. Pienso en Michael Gondry y en su permanente niñez, en lo que los sueños han generado en su vida y me lo imagino teniendo constantes revelaciones que le caen como lluvia de pica pica y que él recibe como cuando los niños reciben un premio.




Radio La Colifata

Este documental me produce unas ganas terribles de declararme loca, sólo por tener como aliada a la poesía y por abrazar el desenfado para expresar lo que pasa por mi cabeza, como los pacientes de ese hospital psiquiátrico.




The Wrestler

Las lágrimas de un hombre lleno de músculos inflados y cicatrices, el vacío de sus ojos y la rutina decadente de su vida, le desgarran el alma a cualquiera.

martes, 18 de agosto de 2009

Instantes urbanos

El semáforo tarda en cambiar a verde, el mismo tiempo que se toma una mujer en pagar y bajar de un taxi blanco. Lo primero que toca el pavimento, es una de sus zapatillas de lentejuelas plateadas que lanzan cegadores destellos a los conductores que esperan en fila. Lo segundo, es un par de piernas flacas y pálidas a las que siguen una falda corta de lona. Su portadora está a un paso de integrarse a la ciudad, de convertirse en una más de las miles de almas agitadas que la transitan.

Sus pasos acelerados se topan con un quiosco portátil que rueda por la calle, empujado por su dueño: un vendedor de chicles que ha sellado herméticamente su negocio con tablas de madera y que lo ha convertido en una caja azul con ruedas. Seguramente lo transporta hacia algún lugar que le promete poner su mercancía a salvo.

Al atravesar la calle, una pareja de colegiales termina de besarse en la esquina. Ambos con sus mochilas al hombro y el uniforme desgarbado, entrelazan sus manos y se sonríen. Una anciana indigente los observa de reojo mientras levanta su puesto invisible de limosnas.

Todos llevan prisa: los peatones, los carros, los buses, las motocicletas. Es el momento cúspide del Centro Histórico, su instante de agitación, su hora pico. En este lapso la urbe termina su jornada laboral y la gente luce necesitada de llegar a casa. El sol, que pega de frente a las cinco y media de la tarde, hace más desesperante la huida. Su intenso color naranja, se pierde entre el rojo, el amarillo y el verde del semáforo.

A esta hora no se sabe si el sudor que corre por el rostro de los automovilistas es producto de estos atardeceres de agosto o de la urgencia de romper con la rutina de trabajo, en busca del inalterable ecosistema de su hogar, su refugio.

Un par de automovilistas bocinan violentamente. Seguro la luz ya se puso verde.

jueves, 13 de agosto de 2009

Obligado autorretrato

Siempre he pensado que mi vida empezó a los 19 años de edad. Hasta entonces, había vivido de acuerdo a las reglas familiares y en estricta obediencia. Hasta entonces, me prohibí a mí misma expresar lo que sentía acerca de mis padres, mis abuelas, mis tías y mis amigas del colegio de monjas.

Como en muchas familias guatemaltecas, a las mujeres nos correspondían los niños y el hogar. Así que, para nadie fue una sorpresa que como hermana mayor, me haya dedicado a ayudar a mi mamá en el cuidado de los más pequeños y en el aseo de la casa.

Otra cosa que venía por añadidura a mi niñez, eran los estudios. Venían hilvanados a mí, como una especie de traje sastre que iba cosiendo año con año, hasta lograr entrar en la ardua vida de trabajadora. Pero como era costumbre, la Universidad también la empecé de acuerdo a lo que mis padres querían. Me convencieron de que una Ingeniería me aseguraría un futuro económicamente estable, pero nunca me hablaron de las frustraciones emocionales que me acarrearía.

Un día, a mis 19 años, decidí cambiarme de carrera, sin decírselo a nadie. Me inscribí en Ciencias de la Comunicación. Y un par de años más tarde, me fui de casa, a vivir sola. Por fin empecé a escribir mi vida.

Descubrí en mí, capacidades que jamás había imaginado, gustos que nunca me hubiera permitido, pero especialmente supe que me gustaba expresar lo que sentía y que me sentía más cómoda si lo escribía.

Por ahí guardo varios cuadernos con una especie de poesía que hasta este año estoy rescatando. Y aún conservo varios diarios físicos que con el tiempo, se transformaron a digitales y que se han ganado seguidores por medio de este blog.

Cuando trabajaba para la revista dominical de Siglo Veintiuno, una experiencia marcó el camino que he querido seguir en esta profesión: el periodismo narrativo. Aquella historia que conté acerca de la comunidad xinca en Guatemala, me motivó a buscar una transformación en la manera de hacer periodismo en mi país.

Había podido viajar al suroriente y descubrir que, contrario a lo que decían los académicos, los xincas eran miles, estaban trabajando por rescatar su idioma y empezaban a organizarse para reclamar las tierras que les correspondían históricamente.

Luego, en el año 2004 fui becada por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano para asistir al Taller de Periodismo Cultural y desde entonces, me acerqué a Tom Wolfe, Truman Capote y Tomás Eloy Martínez.

Gracias a toda la curiosidad que quedó sembrada en mí, pude viajar a Chile, Argentina y Perú, exclusivamente en busca de literatura de no-ficción. Durante esa expedición descubrí a Etiqueta Negra y Gatopardo, revistas que aún no dejan de sorprenderme. Ejemplos que hemos intentado replicar en Guatemala junto a otros colegas, pero que han sido infructuosos.

Yo quiero escribir historias y subsistir con ello, pero desde hace varios años que esos fracasos me han hecho bajar la guardia. Eso, y el hecho de que para sobrevivir, he tenido que ocuparme en la comunicación institucional.

Hace algunas semanas que me receté una dosis más de esperanza para recordar que no todo está perdido, que aún no es tarde para continuar con lo que empecé. Ojalá vea muy pronto los frutos de este esfuerzo de ahorita. Ya veremos...

miércoles, 12 de agosto de 2009

Una experiencia de brocha gorda


¡Voy a darle una nueva vida interior a la casita del bosque!


Impregnaré las paredes de verde, robaré un poco del color café de los árboles para tenerlo en mi cuarto, volcaré la luz del sol en la cocina y lo mezclaré con un poco de fruta cítrica...


Al terminar, celebraré con un poco de incienso y música de Cocorosie.


¡Qué emoción! ¡Siento que estoy empezando de nuevo!

:o)

lunes, 10 de agosto de 2009

Curioso cambio de roles

Ayer leía el pedacito de NYTimes que Prensa Libre nos regala en su edición dominical, y me sorprendía con una nota que hablaba del cambio de roles en la sociedad estadounidense, efecto de la crisis económica.

Decía la nota que el 82% de las personas desempleadas que quedaron con la recesión actual, fueron hombres. Las mujeres conservaron sus puestos, debido a varias razones: “Las mujeres que ponen manos a la obra son mejores. No hay punto de comparación”, le dijo Carol Smith, vicepresidenta del grupo Elle, a Adam Bryant, del NYTimes. “Mi experiencia es que las mujeres que son jefas tienden a ser mejores administradoras, mejores asesoras, mentoras y pensadoras racionales.”

Además, la nota destaca que las mujeres pueden empezar a trabajar más que los hombres a partir de los años escolares. Resulta que es menos probable que los hombres estadounidenses obtengan su título universitario en un plazo de cuatro años, y se caracterizan por ser quienes tienen las notas más bajas.

Aquí en la oficina donde trabajo, observo a diario, un ejemplo claro de esa situación. Si le pido a cualquiera de los dos hombres de Informática que atiendan algún problema en mi computadora, lo hacen horas más tarde y me salen con cuentos de "restricciones de seguridad", "ataques" y explicaciones de códigos que no me interesan. Sin embargo, la única mujer de dicho departamento, me resuelve de inmediato cualquier cosa.

A los hombres, se les va el tiempo en intentar explicarnos a todos, por qué estas máquinas no funcionan. La chava, en cambio, se pone manos a la obra y sin decir pío.

“A menudo se cuestiona la competencia de las mujeres en puestos que tradicionalmente ocuparon los hombres”, escribe Alice Eagly, presidenta del Departamento de Psicología Social de la Universidad del Noroeste. “En esas situaciones, las ejecutivas pueden verse obligadas a ser mucho más competentes para que se reconozca que son eficaces”.

En conclusión, el NYTimes dice que las habilidades domésticas pueden proporcionar una ventaja competitiva. "Las mujeres que tienen puestos ejecutivos son mejores en lo que respecta a organizar prioridades. Hacen listas de tareas a realizar y establecen prioridades. Luego, ponen manos a la obra. Tal vez sea porque hacemos listas de compras”, dice Smith.

Esta situación, me lleva a pensar que muchos padres de familia estadounidenses, han tenido que permanecer en sus casas, a cargo de las tareas que antes eran exclusivas de las mujeres.

¿Será que con este nuevo rol que están asumiendo los hombres, aprenderán a ser organizados y a definir prioridades?

Por cierto, les recomiendo que lean el artículo "Women Increasingly Choosing Dead-End Careers Over Dead-End Relationships", publicado por The Onion (revista de donde tomé la foto).

sábado, 1 de agosto de 2009

El vestido

Una semana, dos semanas, tres semanas...

el vestido queda cada vez más flojo

chorrea mil sentimientos por minuto

se salpica de tinta china

intenta extender las arrugas

pero sólo logra ensuciarse.

jueves, 30 de julio de 2009

Toda poesía

"Alfonsina y el mar" no suena igual si no se sabe uno la historia.

Los autores de la canción (Ariel Ramírez y Félix Luna), se inspiraron en el hecho trágico que rodeó la muerte de Alfonsina Storni, poeta argentina.

Con los años, la voz de Mercedes Sosa le daría el último toque de poesía a ese trozo de mar que se llevó con ella.

El día en que decidió suicidarse en Mar del Plata, envió su poema "Voy a dormir" a su único hijo y al diario La Nación. Horas más tarde, encontraron su cadáver flotando en la playa.


Voy a dormir
Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas,

tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas

y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.

Ponme una lámpara en la cabecera;

una constelación, la que te guste;

todas son buenas, bájala un poquito.

Déjame sola; oyes romper los brotes...

te acuna un pie celeste desde arriba

y un pájaro te traza unos compases para que olvides.

Gracias...

Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono

le dices que no insista, que he salido.


Alfonsina Storni, octubre de 1938.

La nueva abuela

Usualmente las abuelas son el núcleo de la familia, el eje sobre el cual giramos los nietos, las tías, los papás, las mamás...

Hasta hace algunos años mi familia celebraba la Navidad en casa de la abuela paterna, la "Abuelita Carmen".

Pero algo pasó... no sé bien qué... y esa tradición se modificó o pasó a manos de otra persona... no sé cómo explicarlo. Ahora, todas las celebraciones giran alrededor de mi mamá.

El año pasado, estuvo rarísimo porque ella celebró las fiestas de fin de año fuera del país. Mis hermanas y yo nos dimos cuenta de que sin su presencia, las reuniones son insípidas, es preferible no hacerlas.

A partir de entonces, si alguien cumple años, mi mamá prefiere que comamos todos juntos en casa. Ya nada de salir a algún restaurante ni gastar por ahí. Ella nos convoca y no podemos decir que no. No porque decidamos gustosamente asistir, sino porque no nos deja el chance para negarnos.

Tengo que aceptarlo. Mi mamá es la nueva abuela.

miércoles, 29 de julio de 2009

Mujer de pocas palabras... en la oficina

Mis días laborales serían más o menos perfectos, a no ser por extrañas personas que se acercan a saludarme.

En promedio, tres hombres o mujeres, diariamente se aproximan a mi escritorio y me dan un beso en la mejilla.

¡¡¡ ¿ ? !!!

No los conozco ni tengo ganas de hacerlo, y a pesar de que no despego mi vista de la computadora, se ponen de pie a la par mía y esperan a que levante la mirada.

Es extraño. No me gusta.

Tal vez ellos llegan en el plan más amistoso, a visitar a mis compañeros. O se comportan educados y saludan a todo el mundo de beso en la mejilla, pero yo me siento invadida.

Por eso me pone un poquitín de mal humor la secretaria. Cuando entra para entregar algún sobre, grita a los cuatro vientos un "holaaaaaa" tan agudo, que siempre me hace fruncir el seño. Ella tan jovial y yo tan amargada, dirán.

Simplemente soy de las que hablan poco o casi nada en la oficina. Me dedico a leer noticias, editarlas, enviar correos y subir información a una página web.

Me gusta usar audífonos y escuchar la música que se me antoje mientras trabajo. No molesto a nadie. Y no lo hago para aislarme, es sólo que prefiero que mi día de trabajo esté lleno de movimientos pacíficos y serenos -especialmente en el que actualmente me ocupa-.

Es curiosa la manera en la que estoy hecha. En varios ambientes laborales me ha sucedido que puedo abstraerme sin necesidad de audífonos y no escucho cuando mis compañeros empezaron un gran jolgorio y llenaron la oficina de carcajadas. No me entero de lo que están hablando.

Quien me ve por aquí, piensa que soy tímida y probablemente solitaria. No importa. Yo sólo sé que así trabajo mejor. Hablo con quien tengo que hablar por cuestiones laborales y a la hora de salida, me voy si ya dejé todos los pendientes resueltos.

Eso sí... al salir de aquí, pego de brinquitos y me reúno con mis amigos o mis hermanas y ahí sí que se me sale la vida por los poros.

martes, 28 de julio de 2009

Costumbre rabinalense

"Hoy tengo que terminar el cuento de la señora de Jalapa, pero también tengo que ir a comprar la bombilla para el baño y tengo que reparar el calentador. ¿Qué es más importante? El relato porque ya me pasé del deadline".

Y entonces, salgo a compara el foco.

¡¡¡ ¿ ? !!!

Muy a menudo me sucede que, ordeno las cosas que tengo que hacer desde que despierto en la mañanita, pero resulto haciendo las de menor prioridad.

¿Qué será?

Sospecho que es la costumbre rabinalense de mi madre, de cambiar de planes a última hora.

domingo, 26 de julio de 2009

The Beatles para un domingo en la noche

Después de una semana extraña, varios achaques se suman al listado de padecimientos del tipo "síndome de estrés post traumático". Y a medida que se acaban las horas del domingo, con ellas se cierra el recuento de las pérdidas emocionales del mes.

Pero hay algo que me reanima. Abbey Road.

Lo recomiendo para quienes guardaron el disco en el baúl de los recuerdos y decidieron desempolvarlo después de varios meses.

El play sonará refrescante.

Sus altibajos me hacen pasar de la melancolía, a la euforia. No funciona igual si no pego de brincos y pretendo estar en un escenario mientras me recorro la sala, el comedor y el baño.

Al final del disco, termino diciendo -con el poco aire que me queda-: "and in the end... the love you take... is equal to the love... you make... ajáaaaaaa".

:o)

martes, 21 de julio de 2009

Pierde algo cada día

Estoy leyendo el libro de cuentos de la guatemalteca Gloria Hernández. Se titula "Ir perdiendo".

Apenas abrí las primeras páginas y me atrapó la idea de la autora de recopilar historias de pérdidas. Ella tiene razón. Todos en algún momento hemos perdido el amor, el trabajo, las ilusiones, la vergüenza... y cosas tan banales como las llaves, el carro, los anteojos...

Por eso, en su primer relato cita a Elizabeth Bishop (1911-1979), una poeta estadounidense cuyo poema "Un arte", recomienda que a propósito, perdamos algo cada día.

Lo copio aquí en su idioma original porque traducirlo, sería un crimen.


One Art

The art of losing isn't hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster,

Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn't hard to master.

Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant
to travel. None of these will bring disaster.

I lost my mother's watch. And look! my last, or
next-to-last, of three beloved houses went.
The art of losing isn't hard to master.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
some realms I owned, two rivers, a continent.
I miss them, but it wasn't a disaster.

Even losing you (the joking voice, a gesture
I love) I shan't have lied. It's evident
the art of losing's not too hard to master
though it may look like (Write it!) a disaster.



Foto por Joseph Breitenbach

lunes, 20 de julio de 2009

Llévame un momento, por favor

Imagino que una nave espacial se posa sobre los árboles. Veo a las ardillas espantarse, a las luciérnagas apagarse... a mi corazón acelerarse.

Salgo corriendo al bosque para observar de cerca el aterrizaje. Y resulta que empiezo a elevarme. Entro en la nave y desaparezco.

Regreso a mi casita en el año 2011, pero para mí, sólo habrán pasado unos minutos... lo que tarde explorando la nave.

Entonces, me pregunto: ¿cómo encontraría las cosas a mi regreso? ¿a mis amigos? ¿a mi familia? ¿De qué me habré perdido?

Ojalá no tarde en venir por mí esa nave espacial.

viernes, 17 de julio de 2009

Los regalos más valiosos

Es curioso el día de tu cumpleaños. Si sos reservado como yo, esperás a que tus seres queridos se recuerden y te feliciten. Si no lo hacen, te sentís un poco triste. Y si lo hacen, esperás a que venga el abrazo con todo y regalito... Al menos, así me sucedía cuando era niña.

Para cuando me fui a vivir sola, otras cosas eran más importantes que los regalos. Con que me llamaran mi familia y mis amigos cercanos, tenía para pasarla sonriendo todo el día.

Pero desde hace dos o tres años, me he llenado de muchos obsequios -para mi alegría-.

Por ejemplo, el regalo más pequeño que recibí este año, fue un gatito de madera en cuya colita bien parada, se colocan los anillos.

Los más útiles que me han dado, son los que me pongo: blusas, faldas, vestidos, suéteres y accesorios. Por cierto, todos han acertado mi talla. Qué ojo!

El regalo más espectacular y que no me lo esperaba, fue un viaje "todo pagado" a Costa Rica para ir a ver a Incubus en concierto.

El más dulce que tengo, está encerrado en dos recipientes transparentes rellenos de agua brillante: son dos caballitos de mar de mentiritas.

El más juguetón, es un libro de cuentos que narra la historia de una niña que vivía en un bosque y que descubre que es hija de la Primavera!

Y la sorpresa más tierna que recibí fueron las galletitas que aparecieron hoy sobre mi escritorio, obra de Doña Mari, la señora que hace la limpieza en la oficina.

Por supuesto que, hay uno que siempre espero: una comida con mi familia.

Muchas gracias a todos por los detalles ;o)

lunes, 13 de julio de 2009

De repente

De repente me descubro con nuevos ojos.

A partir de hoy pueden ver fantasmas.

Me revelan dos caras dibujadas
en el vidrio del ventanal.

Me hacen encontrar espirales
en los frascos, en las bolsas de papel.

Me dirigen hacia las monedas
que se esconden debajo de la cama...

... a tu rostro asustado de por la mañana.

... a mi reflejo interrogado y perdido.