domingo, 14 de junio de 2009

Confesiones del Día Uno

Hoy despertó con una gran sacudida. Temblor, le dicen. Ella pensó en terremoto.

Se levantó de la cama y descalza, se disponía a bajar al primer piso, pero se dio cuenta que el temblor había terminado.

Ese brusco movimiento le recordó que está sola, que no hay nadie pendiente de ella en esos momentos.

Espera ingenuamente alguna llamada, algún mensaje.

Silencio.

Enciende la televisión para disimular la sensación de su corazón acelerado. Regresa a la cama y se queda viendo hacia el techo.

Retoma el pensamiento que la noche anterior la invadía:

“¿Alguna vez dejaré de esperar y esperar y esperarlo?”

Luego se recuerda que hoy tiene un compromiso. Toma una ducha, se pone bonita (porque ese ritual siempre le saca una sonrisa) y sale.

Llega a la casa de sus amigos, contenta de tener por fin una invitación, después de tanto tiempo. Se la pasa feliz por algunas horas. Disfruta ahí, un par de momentos felices.

Cuando el calor le da sueño, se despide y se sube al carro, animada por regresar a su cama. Pero al entrar a su casa, se siente como leona enjaulada. Se desespera. Se entristece.

Da un par de vueltas en la cama y vuelve a fijar su mirada en el techo. Retoma el pensamiento que había tenido durante la mañana:

Quiero un final feliz que me dure para siempre, aunque sepa que eso no existe”.

1 comentario:

Marlen dijo...

Yo pienso que sí existe hermanita...vos me dijiste...ahí te digo después qué me dijiste jeje