martes, 26 de enero de 2010

La estrella que tropezaba

Hace miles de años, dos estrellas nacieron el mismo día y a la misma hora en el firmamento. Una de ellas era más grande de tamaño que la otra, pero las dos brillaban igual de intenso e igual de blanco. La más pequeña compensaba su volumen con una dulzura inmensa. Ambas eran inseparables. Toda su niñez giró alrededor de juegos, bailes y carcajadas. Su pasatiempo favorito era brincar de constelación en constelación, o bien, intentaban infructuosamente ganarle la carrera a los veloces cometas. A escondidas, creaban códigos secretos que ninguna otra estrella podía descifrar para que nunca nadie interfiriera en ese brillo que las unía. Se cuidaban mutuamente sin dudarlo. Eran almas gemelas.

Un día, al salir de la escuela, la más pequeña recibió la invitación de otras estrellas de su tamaño para ir a jugar con la Osa Menor. Se la pasó tan de juego en juego, de ronda en ronda y de carrera en carrera, que tardó mucho tiempo en regresar con su hermana mayor. Por un momento se había olvidado de ella.

Cuando por fin regresó a ese lugar donde nacieron juntas, estaba tan cansada que había perdido un poco de brillo. Un tanto preocupada, la más grande quiso animarla contándole su más reciente aventura: ¡había conocido un planeta, lo había explorado completo y le había dado la vuelta!

La pequeña estrella, al escuchar los detalles de aquella travesía, decidió hacer lo mismo. Así que, al día siguiente, un poco repuesta, eligió su propio planeta para explorar. Poco había recorrido, cuando un intenso dolor la sacó de su trayecto. Se había tropezado con una montaña.

De vuelta con su hermana, le contó lo sucedido en medio de grandes risotadas. Ambas se abrazaron divertidas y decidieron que juntas, disfrutarían de ese viaje y se cuidarían entre sí para no lastimarse.

Cuando llegó el momento, empacaron agua y comida en sus mochilas y salieron corriendo hacia el planeta con la montaña grande, decididas a conquistarlo. Pero a la mitad de su vuelta, la estrella pequeña se encontró de nuevo con la Osa Menor, quien volvió a invitarla a unirse a sus juegos. Sin pensarlo dos veces, se separó de su hermana, prometiéndole un pronto regreso para retomar la aventura. La estrella más grande, ya que había experimentado la exploración de otro planeta, decidió ir más allá y examinar otros fenómenos del universo, mientras su hermanita volvía. Conoció a los satélites, los meteoritos, al sol e incluso a otras galaxias. Hizo muchos amigos y con ellos formó su propio círculo de viajes. Ella se convirtió en una importante guía.

Tanto tiempo tardó en llegar el reencuentro con su hermanita que, cuando sucedió, ninguna de las dos era la misma. La más pequeña brillaba menos y la mayor brillaba aún más.

Entonces, la estrellita quiso seguirle los pasos a la otra, pero no lograba reunir energías para llegar más allá del sol. Intentó recorrer aquel planeta con la montaña, pero en la primera vuelta, volvió a tropezar. Se dirigió al lugar donde nacieron juntas y le narró lo sucedido a la mayor, en medio de grandes carcajadas. Esta vez, a su hermana no le pareció gracioso. Aún así, le ofreció de nuevo su ayuda, pero cuando iban de camino al planeta por segunda vez, una nueva distracción le robó a la pequeña.

Tristemente no sería la única vez que eso sucedería. Una y cien veces la estrellita desvió su camino. Y en cada repetición, brillaba un poco menos. Por eso, cada vez que pasaba, el lazo que las unía se iba desvaneciendo.

Así que, un día cuando la más pequeña regresó al lugar donde nacieron juntas, para relatarle otra vez aquel tropiezo con la montaña, la mayor había empacado sus cosas y se había mudado a otra galaxia. Lo único que dejó fue una nota de despedida escrita con polvo celeste.

1 comentario:

axelin Coffee dijo...

Lindo cuento, esto demuestra que el medio ambiente nos va moldeando, como dice el refrán "se hace camino al andar".