En los cines de México suelen proyectarse antes de la película cortos en los que las empresas condenan la piratería de películas: un breve relato muestra a padres que llevan a la casa un video “ilegal” y a un hijo que aprovecha para negarse a estudiar aduciendo que ya consiguió los resultados piratas del examen. En varias salas, cuando aparece la admonición final: “¿Qué le estás enseñando a tus hijos?”, escuché la misma broma de algún adulto: “A ahorrar”.
Tenemos tres miradas sobre la piratería:
a) la de la empresa cinematográfica que la descalifica moralmente equiparando la copia ilegal de la película con la copia de un examen (equivalencia entre la lógica comercial y educativa que sería fácil cuestionar);
b) la de los adultos que ironizan el moralismo del mensaje empresarial con la alusión a una conductavirtuosa –ahorrar-, recurso de mejoramiento económico a largo plazo en épocas de estabilidad financiera;
c) las risas o indiferencia de los jóvenes, que ven indulgentemente las compras piratas como un modo de revertir las desigualdades en el consumo inmediato.
Esta última perspectiva aparece en las prácticas registradas por la Encuesta, donde los consumos formales e informales se complementan: “los jóvenes, dice Rossana Reguillo, han encontrado a través del comercio ‘pirata’ en ropa, música, películas, la manera de inscribirse en este discurso global que condena a quienes están fuera de sus circuitos a la invisibilidad.
Por tanto, lo que la encuesta estaría revelando no es tanto un conjunto de comportamientos ‘transgresores’ o incluso ‘delictivos’, sino una estrategia de los menos favorecidos por el sistema para “conectarse”, palabra que se convierte aceleradamente en sinónimo de sobrevivencia”.
(Extracto de "Las nuevas desigualdades y su futuro" de Néstor García Canclini.)