Una de las desventajas de vivir sola es que las enfermedades se padecen en solitario. Ovbiamente cuando uno se enferma, también los ánimos se enferman. Por eso, en esos momentos, la soledad no es buena aliada.
Ayer tuve uno de esos días. Mi cuerpo, por segunda vez en la vida, me reclama atención. Ya no soporta las grasas ni la comida rápida. Por eso, tuve una especie de indigestión/empacho/ intoxicación.
Entre los escalofríos, la fiebre y el dolor de cabeza, tuve que levantarme de la cama, pero no pude avanzar tanto porque se me bajó la presión y por poco me desmayo.
Toda esa escena y mi personalidad trágica, me hicieron recordar algo:
Una vecina que tuvimos mi familia y yo, en la zona uno, era una señora mayor. Su casa y la nuestra compartían un garage, por lo que siempre la veíamos salir a mediodía a comprar tortillas o al mercado. Un día, dejamos de verla y al día siguiente, también. Entonces, tocamos su puerta para saber si estaba bien. Pero nadie respondió.
La ventanita que a ella le servía para ver quién tocaba, estaba sin seguro. Así que, mi tío la empujó y pudo ver a la señora al fondo del pasillo, tirada en el suelo.
De una terraza a la otra, entró mi familia a su casa y lograron atenderla. Se había tropezado y caído, pero por su edad, no había podido levantarse en dos días.
Claro, soy una dramática. Mi padecimiento de ayer no era tan grave, pero al aproximarme al desmayo me pregunté ¿qué tal si me quedo aquí tirada sin poder levantarme?
Yo sospecho que, a raíz de lo que le pasó a la vecina (y por otros motivos que tienen que ver con fracasos sentimentales), con mi hermana Karina planificamos acompañarnos en la vejez y compartir vivienda. Lo divertido de esta idea es que, muchos amigos nos están pidiendo posada en esa "casa de viejos" que todavía es imaginaria.
Imagen tomada de santillanalejandra.blogspot.com