lunes, 9 de agosto de 2010

Viajar con los ojos cerrados

Este fin de semana viajé con los ojos cerrados a ese lugar que describe Enrique Gómez Carrillo.

Algún día quiero ser capaz de escribir acerca de un momento digamos, cotidiano, con esta sublimidad:

"Porque en este Japón singular donde las mujeres se bañan en público y donde los hombres desnudos se pasean por las calles, las Venus más locas y los más desvergonzados faunos se envuelven, cuando un pintor los evoca, en suntuosos mantos de seda. Nada de desnudeces, efectivamente, en el arte. Hasta durante los minutos de suprema epilepsia, los que se aman están representados con sus trajes. Lo único que el artista se permite, es abrir el kimono, desatar la cintura, recoger las mangas... Y es milagroso, os lo aseguro, poder hacer todo lo que estos actores de la gran comedia carnal hacen, sin desgarrar sus vestiduras. En equilibrios dignos de funámbulos consumados, retuércense y forman monstruosas figuras con dos cabezas y cuatro piernas.

"El argumento es siempre el mismo. En la primera estampa vemos al caballero que, lleno de mimos, corteja a la dama. El traje de ambos es impecable. Ni el menor ademán indica que sea aquél el primer acto de una tragicomedia de la más refinada lujuria. En la segunda página, ya una mano indiscreta ha entreabierto el kimono femenino. El rostro de la mujer indica un ligero espanto, mientras en el rostro del hombre, una sonrisa triunfal. Ya en la tercera estampa el equilibrio de los cuerpos está perdido y las cien fases del vértigo principian. Todo sufre, en efecto, y todo se crispa, durante los idilios vertiginosos. Los pies y las manos se retuercen. En los ojos se lee el asombro o el dolor. Las piernas se trenzan en inconcebibles espirales, mientras los brazos forman lazos serpentinos. ¡Y esas bocas! En este país donde el beso es desconocido, los dientes parecen tomar tanto interés como los labios y las caricias".

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