martes, 12 de octubre de 2010

Veneto blues


Este país tiene algo de melancólico en sus atardeceres, algo de solitario en sus noches y mucho de esperanza en las parejas de ancianos.

Probablemente es esto último lo que me ha provocado las dos primeras sensaciones.

La primera vez que lo experimenté yo caminaba al lado de una autopista llena de carros veloces. A lo lejos vi acercarse a una pareja. El hombre era bastante más alto que la mujer. No podía distinguir ningún detalle de sus rostros, pero sí me di cuenta cómo el hombre le daba besos a la mujer sin dejar de caminar. Tomaba su cabeza le plantaba el beso y seguían caminando. Así conté tres veces.

A medida que se iban acercando hacia mí (o yo me acercaba hacia ellos), se me ponía de gallina la piel y mis ojos se llenaban de agua salada. Eran dos ancianos cuyas cabezas blancas y amplias sonrisas les hacían aparentar una envidiable juventud.

La segunda vez que algo se trababa en mi garganta fue durante la cena (no me ahogaba con la comida sino con las emociones). Yo bebía un café con leche y terminaba un tiramisú. Intentaba que mis ojos se enfocaran en algo más que mi propio reflejo en la puerta de cristal del restaurante, pero no lo lograba.

En eso, reparé que a mi derecha, un hombre y una mujer -ambos mayores- con acento inglés terminaban el plato fuerte. El señor se puso de pie sin mediar palabra y pasó frente a mí. Pensé que iba al baño, pero me equivocaba. A menos de un minuto lo vi caminar de nuevo delante de mi mesa, pero esta vez iba bailando graciosamente, lo cual me hizo levantar la vista y observar sus gestos: él le bailaba pícaramente a la señora pues tenía en sus manos dos platos con sendos trozos de pastel, como si acabaran de darle a un niño su dulce favorito.

Ambos se sonrieron y comieron alegremente sin necesidad de decirse nada, mientras yo terminé mi café de un sorbo y salí antes de que se dieran cuenta que mis mocos no tenían que ver con la alergia.

Foto por: Miguel Miranda

miércoles, 6 de octubre de 2010

Perderse en Italia

Es fácil perderse en Italia. Hay provincias que se llaman igual que algunas calles, regiones que tienen el nombre de paradas de trenes y en fin... Uno, sin hablar bien el idioma y recitando la misma palabra a diestra y siniestra, puede dar lugar a diversas interpretaciones. Cada persona te da las indicaciones que más se acerquen a lo que piensan que estás preguntando.

Eso me sucedió el primer día que puse un pie en ese país. El hotel que había elegido era un albergue administrado por una familia, a las afueras de Milán. Obviamente mucho más barato, con desayuno incluido y con la promesa de relacionarte con estos hermanos y esta madre que comparten su casa con los turistas.

¿Por qué elegí empezar mi recorrido por Milán? Porque también el ticket de avión más barato entraba únicamente por el aeropuerto Malpensa. Eso me pasa por tacaña dirán algunos, pero en realidad los gastos se reducen tanto que me da la oportunidad de quedarme un día más o de comer rico sin remordimientos por el precio.

Afortunadamente no soy de las que de estresa. Más bien me sentí dichosa de haber recorrido gratis, una parte de la zona rural de este país. Pude observar los viveros, la cosecha de trigo, las casas antiguas de adobe y teja...

Así que, después de tres trenes, una linda plática con una viejita llamada Franchesca y dos conductores que casi me llevaron de la mano al vagón indicado, por fin llegué a la región correcta.

Al empezar a caminar por estas calles estrechas, intuí que la zona no es muy turística. Todos los que se conducían en su carro se me quedaban viendo. Las pocas señoras que caminaban como yo, igual me veían raro. Cuando les preguntaba cómo llegar a la dirección que tenía el albergue, no podía evitar sonreírme.

A base de señas, gestos y la asociación al castellano de palabras como "avanti", "piazza", "escalinata", "la sua siniestra" y "la sua destra", comprendí sin titubear todas las indicaciones.

En el albergue ya me esperaban. Me vieron llegar de lejos y salieron a recibirme: "¿señora García?" me preguntó una muchacha. Y cuando dije "sí", me respondió "bona sera" y me pasó adelante. Rápido olvidé lo de "señora" porque entre ella y su hermano me preguntaron con preocupación, cómo había logrado llegar. Les contesté un poco sorprendida "pues en tren" y ellos hicieron un gesto como de "pues sí, vaa".

Es que un día antes me habían ofrecido por correo electrónico, ir a traerme al aeropuerto por 20 euros. Pero yo llegué gastando únicamente 5.50 y bueno... invirtiendo un montón de horas :oP

Ahora, mientras ceno una pizza margarita y me la bajo con vino tinto, ya puedo empezar a trazar la ruta de exploración de este país que "mola mucho", como dirían los españoles.