martes, 12 de abril de 2011

Recurrencias

Desde la adolescencia me persigue una imagen que ya no sé si la inventé yo o si alguien la inyectó abusivamente en mi cabeza:

Soy yo, con 90 años de edad, sentada en una mecedora, viendo hacia ningún lugar más que a mis adentros, mientras mi piel se sigue arrugando al ritmo del péndulo de un reloj. Ahí estoy, en soledad, meciéndome de atrás para adelante, en una casa demasiado grande para mi encogida existencia, demasiado ajena a mis recuerdos.

lunes, 11 de abril de 2011

domingo, 10 de abril de 2011

Lo que hacen las bouganvilias

Hace muchos años, ciertas calles de la ciudad me parecían melancólicas los domingos, cuando estaban vacías, silenciosas y sin embargo tan vivas: al pavimento lo sustituía una alfombra de hojas secas y bouganvilias color rosa, púrpura o rojo.

Muy pocas veces me daba el tiempo para caminar por estas cuadras, pues la pinche inseguridad me hizo temerosa.

Sin embargo, en este mes de abril eso ya me importa poco. Ahora me dejo llevar casi hipnotizada por esta visión de postal que me relaja. Y la sensación se hace más placentera cuando veo cómo el viento despoja a los árboles de estas flores que caen tan serenas... Imagino que las ramas lloran mientras sonríen.

Así es como se disfruta la soledad, digo yo. Debe ser una mezcla de melancolía, satisfacción, paz y lágrimas placenteras.

jueves, 7 de abril de 2011

No tengo energías para cambiar la pijama por la ropa limpia en mi cuerpo. No tengo ganas de salir de mi cama aunque el calor me humedezca la piel y me acechen los zancudos con su asquerosa sed de sangre. No quiero seguir enterándome de nuevos compromisos sentimentales, próximas bodas, nuevas uniones amorosas ni fiestas donde todos bailan y celebran. No quiero verme al espejo porque me aterran mi cabeza deforme y mis ojos de ingenua.

Lo único que me hace sonreír genuinamente es inventarme historias que me transportan a otros mundos dentro de mi propia imaginación. Las escribo, las leo, las modifico...

Dice Juan Bosch: "el cuento tiene que ser obra exclusiva del cuentista. Él es el padre y el dictador de sus criaturas, no puede dejarlas libres ni tolerarles rebeliones".

Lástima que hoy no tenga fuerzas para hacer lo mismo con mi vida.

lunes, 4 de abril de 2011

El sueño de un sábado por la noche

Una tarde me subí a un bus con destino desconocido. Ya dentro de él, empecé a buscar dónde sentarme. Decidí quedarme cerca del chofer y pegada a la ventana. Durante algunos minutos me hipnotizó la vista de afuera: una ciudad de edificios y casas grises, brillante sólo porque estaba lluviosa y casi vacía de gente.

No me había dado cuenta que detrás de mí estaba sentada una pareja (yo intuí que estaban juntos), un hombre y una mujer muy bellos, sonrientes. Los vi de reojo en el reflejo del vidrio de esa ventana que me tenía absorta. Creo que él se dio cuenta. O tal vez fue ella y se lo hizo saber con alguna señal... no lo tengo claro. La cosa es que empezaron a hablarme. La conversación era tan animada e interesante que me acomodé en el sillón y estiré las piernas hacia el pasillo. Por un momento aquella ciudad gris me pareció insensata. Le di la espalda.

Debió haber pasado una hora, cuando mis nuevos compañeros de ruta me informaron que ya llegábamos a su estación. Se pusieron de pie y se acercaron a la puerta. Una sensación de tristeza empezó a invadirme, hasta que me di cuenta que él regresó su mirada hacia mí y me sonrió pícaramente. Se bajaron.

No pude evitar continuar mi viaje con muchos suspiros, soñando despierta con miles de aventuras al lado de ese muchacho guapo. Me volví a perder en la ventana.

Oscureció. Las débiles luces de los faroles callejeros empezaron a adormitarme.

Antes de que me dejara dominar por el cansancio y cerrara mis ojos, sentí cómo se detuvo el bus en otra estación. Se encendieron las lámparas para alumbrar a los nuevos pasajeros.

Un hombre se sentó a la par mía. Era el mismo muchacho de hace algunas horas. Esta vez venía solo. Volvió a sonreírme con esa misma picardía.

Soñado el sábado 26 de marzo.

domingo, 3 de abril de 2011

Siempre me quedará...

...la voz suave del mar,
volver a respirar
la lluvia que caerá
sobre este cuerpo y mojará
la flor que crece en mí
y volver a reír...

sábado, 2 de abril de 2011

¡Escúchennos!

Ayer, durante la II Muestra de Cine Internacional "Memoria, verdad y justicia", vi el documental "Que el diablo vuelva al infierno".

Muestra los logros de un grupo de mujeres que, cansadas de ver cómo sus familias pasaban hambre y miedo, de cómo los niños desde los 8 años perdían la inocencia con un fusil en la mano, y cansadas también de las constantes violaciones sexuales perpetradas a sus hijas, exigieron la paz en una Liberia dominada por la violencia.

Con su manifestación pacífica, le dijeron a los hombres "nosotras somos su conciencia" y lograron no sólo que se sentaran ambos bandos en guerra a negociar la paz, sino que también fueron las protagonistas del desarme y las más comprometidas durante una campaña por la votación democrática. Casi que llevaron de la mano a los hombres liberianos por el buen camino.

Después de conocer esta historia, quedó en el ambiente una especie de llamado a todas las mujeres a salir del letargo, reconocer el poder que tenemos (pues nuestra naturaleza nos ha proporcionado ciertos dones como la intuición y la ternura) y a aprovecharlo para apoyar causas que parecieran perdidas.

En lo personal, me quedé reflexionando acerca de esa conciencia innata que tenemos las mujeres, esa que nos permite aconsejar a otra persona, consolarla o simplemente escucharla. Esa que nos obliga a ver más allá de nosotras mismas y preocuparnos por alguien o bien, entregarnos de lleno para cuidarlo.

No digo que el hombre sea malo por naturaleza y que nosotras seamos superiores. Para nada. Tenemos grandes diferencias físicas y psíquicas, pero eso no nos hace mejores a las mujeres. Lo que sucede es que, muchas veces nos toca agarrar con nuestras dos manos el rostro del hombre y regresarle suavemente la mirada hacia nosotras, pues se distrae con el poder, el egoísmo, la violencia y a veces, con la cobardía. Lamentablemente, algunos nos tachan de locas, nos dicen que no los comprendemos, piensan que exageramos.

Así que, hombres: escuchen a sus madres, a sus abuelas, a sus esposas, a sus novias, a sus hermanas, a sus hijas... porque si no lo hacen tengan por seguro de que se están perdiendo de información muy importante.

Y mujeres: hagámonos escuchar de las formas más sutiles posibles, fieles a nuestra naturaleza. Yo sé que es muy difícil porque a veces nos domina la rabia o la sensación de impotencia, pero debiéramos canalizar esa energía en insistir e insistir hasta que reconozcan el valor de nuestra palabra.

martes, 29 de marzo de 2011

Cuatro trozos de corazón

Esta es la primera vez que hago el recuento de lo aprendido en las cuatro relaciones amorosas más largas de mi vida. Cada una ocupa un lugar importante en mi corazón, por la intensidad del sentimiento que algunas veces me hizo sufrir o tener mucho miedo y otras veces me dejó innumerables momentos felices.

Esta noche escribo para ustedes cuatro porque me invade una gran sensación de agradecimiento por todo el aprendizaje que me dejaron. Las menciones van en orden cronológico:

Con J todo lo que viví fue una dulce primera vez y por eso estoy muy agradecida. Nada de lo experimentado me dejó grandes traumas, sino todo lo contrario, lindas y tiernas vivencias que van desde empezar a hablar con un hombre, hacerme su amiga, hasta el descubrimiento de una caricia, una mirada de ilusión y las famosas mariposas en el estómago.

Con D descubrí lo que significa estar enamorada y todo el gozo y el sufrimiento que esa ilusión trae consigo. Con él supe que un beso en estas condiciones te puede elevar unos centímetros del suelo, provocarte taquicardia y sonrisas de larga duración, pero así también el rechazo te hunde seis pies bajo tierra, destrozándote por completo.

Con A tuve los ocho años más intensos, llenos de altibajos y extraños intercambios de papeles... primero él estuvo dispuesto y yo no, luego yo sí y él no, hasta que por fin existió una sincronía que casi nos lleva un nivel más arriba. En esta época aprendí a que es un grave y desgastante error intentar cambiar a la pareja porque de repente mis intereses cambien o porque tenga miedo de repetir patrones de conducta heredados. También descubrí que el despecho es capaz de llevarme a lugares peligrosos.

Y con L conocí tantas cosas acerca de mí misma que a veces pienso que yo sería muy diferente "si hubiera sabido antes lo que sé ahora". Tardé muchos años en llegar hasta aquí, pero agradezco que haya sido con él, con esa ternura que lo caracteriza y por sobre todo, esa paciencia. Aprendí que las decisiones de una pareja se toman entre dos y que lleva las de perder quien se enoja. Y también tuve que comprender a fuerza de golpes que la paternidad es una experiencia de amor abnegado que sacrifica cualquier cosa para sobrevivir.

A todos ellos, un abrazo desde esta distancia emocional que existe entre nosotros. Quince años después de tanto amor del bueno, me doy un merecido descanso. Ojalá me recuerden con cariño, sin reclamos, sin culpa y con muchas sonrisas.

domingo, 27 de marzo de 2011

Intenciones escondidas

Mi mente bloquea lo que se le antoja y sin mi autorización. Desvanece recuerdos de todos los sabores (dulces, amargos, ácidos, saladísimos) y de todos los colores (oscuros, brillantes, negros, transparentes). A veces mis parejas han pensado que olvido a mi conveniencia, no me creen que ya no recuerde algunas frases, momentos cúspide en nuestras relaciones, actitudes mías y suyas. "Si no lo recuerdas, nunca sucedió", me dijo uno.

Tal vez por eso empecé a escribir en mis agendas cosas diferentes a las tareas laborales. Le encontré bastante gusto a aquellas que traían una página entera por día y poco a poco las fui llenando de momentos.

Lamentablemente hay semanas perdidas y días con la página en blanco. Ahí hay recuerdos que se fueron para siempre y eso me aterra.

Cada noche, aunque llegue a mi cama muy cansada y de madrugada, tengo la necesidad de escribir lo que me pasó, lo que me afectó, lo que no quiero olvidar. Me pone nerviosa no hacerlo. Si me vence el sueño, escribo por la mañana.

Lo más extraño es que en muy contadas ocasiones he regresado a las agendas de años anteriores para ver qué estaba haciendo un día como hoy. Entonces hay veces en las que me pregunto si este ejercicio tiene realmente utilidad. ¿Cuál será la verdadera intención de llevar un diario?

miércoles, 23 de marzo de 2011

¿Qué libros tienen en su mesita de noche?

En la mesa de noche donde pongo mi lámpara hay en este momento seis libros apilados. No he terminado de leer ninguno. Los voy retomando de acuerdo a mi estado de ánimo, a la hora que tenga disponible para seguir leyendo sin prisas y a la curiosidad que me hayan dejado.

Tengo el libro de cuentos "Posdata, ya no regreso" de Víctor Muñoz, este escritor guatemalteco que conocí cuando ganó el Premio Monteforte Toledo en 1998. Me tiene impresionada con la perfección de su narrativa, o por lo menos a mí así me parece. Sus historias son "redonditas", cada detalle que menciona tiene sentido y por eso al final, uno puede amarrar todos los cabos sueltos. Rescata mucho de la Guatemala de los años 50 y yo me la paso imaginando aquella época en la que mis papás fueron niños. Algunos relatos son muy tristes y densos, pero también los hay divertidos y pícaros.

También está la novela Persuasion de Jane Austen. ¡Qué vergüenza! Este sí lo tengo ahí desde diciembre. Tal vez me ha costado avanzar porque compré la versión original, escrita en inglés antiguo y formal. Es la historia de una mujer de mi edad que vive en Inglaterra durante los años de Napoleón Bonaparte, cuando el dinero, la reputación y el título nobiliario eran lo más importante para la sociedad. Por permitir que la influenciara su madrina, deja ir al amor de su vida y lo peor es que él, por orgullo, ya no le vuelve a hacer caso.

Además, tengo el libro de cuentos "Los muertos deben morir" de Felipe Valenzuela. Este periodista guatemalteco siempre me ha caído bien por su imparcialidad en el manejo de la noticia porque también es músico y por esa energía suya que siempre contagia. Eso se refleja muy bien en su escritura, hay un peculiar sentido del humor que refresca.

Otro libro es "Alicia en el país de las maravillas" que estoy leyéndole a mi sobrino cada vez que lo veo. No le importa haber visto varias versiones de la historia en películas, para él pareciera ser la primera vez que acompaña a la protagonista en sus travesuras. Es impresionante cómo me comenta cada párrafo, por eso vamos avanzando lentamente. Yo me lo disfruto.

Y, para variar, dos títulos que nada tienen que ver con la ficción: "La travesía del emprendimiento" del joven guatemalteco Julio Zelaya. Y "¿Cómo criar a los varones?" del psicólogo gringo James Dobson. El primero es una guía para hacer realidad cualquier sueño empresarial, por muy loco que sea. Lleva de la mano al lector para que aprenda a aterrizar sus ideas, a medirlas y a ser específico en sus metas. Apenas es el Tomo 1. Dice Zelaya que está escribiendo 3 más.

El segundo me interesa porque tengo dos sobrinos hombres y veo cómo mi hermana y mi hermano libran pequeñas batallas diarias para ayudarlos a crecer con valores y principios básicos. No sólo quiero entender a estos chiquitos, sino también a los hombres adultos que conozco, como mi papá, por ejemplo. Es que, ya hojeé la versión del mismo especialista "¿Cómo criar a las mujeres?" y comprendí de dónde provienen algunos rasgos míos que me cuesta trabajo controlar, como eso que le dicen autoestima y seguridad en mí misma.

¿Será sano leer tantas cosas a la vez? ¿Estaré alimentando mi descontrol y desorganización con esta manía? Lo peor es que tengo dos libros más, pendientes. No los puse en esta mesita porque me los consiguieron en versión digital, pero ya leí el prólogo de cada uno. Son dos novelas: "El amante" de Marguerite Duras y "Ancho mar de los sargazos" de Jean Rhys.

Por favor, si ustedes están igual que yo, háganmelo saber. No quiero sentirme loca yo sola ;o)

¿Qué libros tienen en su mesita de noche?

jueves, 17 de marzo de 2011

Desayuno en la cuevita

Hoy amanecí en una cuevita que tiene ventanas de papel de china y paredes rojas con amarillo. Las hormigas, sus huéspedes permanentes, me invitaron a pasar la noche. Yo acepté de inmediato porque la lluvia se estaba haciendo más fuerte.

Para poder cobijarme ahí dentro, tuve que trepar por una enredadera metálica y una vez me acomodé en la cama, todos los peligros quedaron afuera. Me quedé dormida con la cálida sensación de una mano sobre mi ombligo.

Cuando desperté, me descubrí debajo de un grueso manto verde que me protegía del frío. Escuché que seguía lloviendo y me dio miedo. No quería irme.

¿Quién iba a querer salir de esa cuevita? ¡Y más aún cuando un ser cariñoso y dulce se ofreció a prepararme el desayuno!

martes, 1 de marzo de 2011

La vida no tiene sentido...


...pero hay que vivirla, dice Alejandro Jodorowsky.

Escuchándolo a él ya no me siento tan mal cuando me preguntan cosas y yo respondo "no sé". Él dice "no me agarro a las cosas, las estoy viviendo, las voy soltando". Y me parece una rica manera de ver mi vida.

Me cae bien este señor.

domingo, 6 de febrero de 2011

Un largo regreso a casa

Durante la noche más larga del año, encerrado en la cabina de control de un puente levadizo, Hans se despidió del mar. Después de entregar más de la mitad de su vida al trabajo duro de 15 barcos camaroneros y ahora en un aburrido sendero marítimo, pensó que ya era suficiente. Ganó mucha sabiduría, pero también decenas de arrugas, una larga barba canosa y una red cargada de soledad y cansancio. Estaba por cumplir los 60 años.


Esa noche tuvo tiempo suficiente para planificar su vejez o su “retiro en tierra firme” como él prefería llamarlo. Se imaginó retornando a aquel molino de viento que lo cobijó en su infancia e inmediatamente se sintió invadido por el sonido de las aspas girando y por el sabor a vino caliente que le ayudaba a pasar el frío en esta época. La idea le pareció perfecta.


Estaba a sólo cuatro días de camino para hacer realidad su deseo. Bueno, en realidad a cuatro oscuras jornadas, pues aquí no se ve el sol en diciembre. Por eso Hans tiene la piel áspera y seca, pero ya está acostumbrado. Cuando terminó su turno se envolvió en el único abrigo que tenía, se acomodó el gorro de lana y emprendió el viaje de regreso a sus recuerdos. Caminó y caminó como hipnotizado por aquella imagen mental en la que se veía a sí mismo avivando el fuego dentro del molino y observando cómo caía la nieve desde la ventana de su cocina.


Probablemente esa fuerza que lo movía tenía que ver con la culpa. Su fascinación por el océano le había hecho dejar en último plano a sus padres y a su hermano menor. Desde que partió de casa les escribió únicamente un par de cartas. Ese remordimiento lo hacía sentirse obligado a volver. “No necesito equipaje”, pensó. “Ya llevo peso suficiente sobre los hombros”.


Cuando más ensimismado estaba en sus cosas, su pie derecho pisó algo que no era nieve. Se detuvo a escarbar, un poco malhumorado, pues casi se dobla el tobillo. Era una bota vieja. La examinó cuidadosamente y vio que estaba en buenas condiciones, mejores que las que llevaba puestas. “Si tan sólo estuviera la otra”, pensó. Y se dispuso a encontrarla.


Clavaba tan ansiosamente sus piernas dentro de esa helada blancura, que parecía estar cerca de algún tesoro escondido. Por un momento se veía gracioso, juguetón y más joven, hasta que por fin pisó algo que de nuevo estuvo a punto de doblarle el mismo tobillo. Era la otra bota. Procedió a quitarse las suyas y a ponerse estas nuevas. “¿Qué imbécil habrá tirado estas bellezas”, se preguntó. Y al cabo de un par de horas, los dedos de sus pies se sentían menos tiesos, más secos y un poco cálidos. Esto le ayudó a acelerar el paso. Sus pensamientos se volcaron sobre varias teorías acerca de la manera en que esas piezas de calzado habían llegado ahí, en la idea del destino y de cómo sus pies pasaron precisamente sobre ellas. Las nuevas botas cambiaron su estado de ánimo. Se sentía menos tembloroso, sus dientes dejaron de tronar. Además, según sus cálculos, estaba a mitad del camino.


A lo lejos, en un momento en el que el viento dejó de soplar, pudo distinguir a un grupo que avanzaba sobre caballos, pero cada vez se alejaban más de él. Esa fugaz imagen le recordó que por estos días, la cabalgata de Sinterklaas recorre hospitales, escuelas y orfanatos. Pensó que probablemente en ese grupo iba el famoso personaje infantil que reparte regalos e ilusiones. ¡Cómo había podido olvidarlo si le había hecho pasar los mejores años en su infancia! Hasta entonces vinieron a su mente los momentos en los que él y su hermano se sentaban cerca del fuego para escuchar las historias de sus padres acerca de este señor de barba blanca, cuyos ayudantes de piel negra lo acompañaban en barco desde España. Sintió una punzada en el corazón.


Un par de kilómetros más adelante, observó un trozo de tela que colgaba de la rama de un árbol seco, su color rojo sobresalía en medio de tanta blancura, por lo que no pudo evitar acercarse. Descubrió que era un abrigo largo, como de alguien corpulento y alto. En este momento pensó que la vida se estaba asegurando de que Hans llegara a su destino. Inmediatamente se lo puso y aunque el peso lo hizo tambalear un poco, sintió algo parecido a un abrazo. Este breve acercamiento al calor humano lo conmovió sobremanera. Durante todo el trayecto que le faltaba lo acompañó el llanto y a medida que avanzaba, también la sensación de perder peso, amargura y tristeza.


Cuando por fin empezó a acercarse a su pueblo, se emocionó al ver los molinos de viento girando rápidamente y sonrió al ver las chimeneas humeantes de los techos. Tuvo ganas de correr, hizo el intento, pero el movimiento brusco de sus piernas provocó un extraño sonido en su columna y perdió el equilibrio. Cayó sobre la nieve. Aunque su caída estuvo amortiguada por el abrigo, un toque eléctrico recorrió su espina dorsal y Hans no pudo levantarse. Entonces pensó que más bien la vida se estaba riendo de él.


Dos días después (o tal vez tres), cuando el invierno dio unas horas de tregua, un campesino que regresaba al pueblo encontró el cuerpo congelado y sin vida de Sinterklaas. Lo reconoció por el abrigo rojo, la barba blanca y las botas de piel, pero optó por dejar esta información oculta, pues no quería ser el responsable de arrebatar la única ilusión que mantiene vivos a sus vecinos en estos días tan fríos de fin de año.


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Este relato fue publicado en Magacín de Siglo Veintiuno, en diciembre de 2010.

lunes, 31 de enero de 2011

Somos pelotas de hule

Somos como pelotitas de hule que no paran de rebotar. Subimos, bajamos, chocamos contra otras, cambiamos bruscamente de dirección...

Y en medio de toda esa locura, a medida que recorremos espacios nuevos, caminos largos, que nos brincamos paredes altas y gruesas... vamos perdiendo pedacitos de materia hasta que un día, ya no podemos rebotar.

¿Por dónde estás rebotando hoy?




Imagen tomada de www.el-buskador.com

viernes, 14 de enero de 2011

Entumecida

La anestesia empezó a hacer efecto.

Anoche el líquido inició su recorrido por el torrente sanguíneo y hoy por la mañana ya estaba instalado en el corazón. Esa es la idea. Le he encomendado al medicamento que me lo resguarde hasta nuevo aviso.

Por eso ya empecé a dejar de sentir cuando tus palabras me tocan, cuando leo mi diario, cuando tus ojos se cruzan con los míos, cuando el sándalo se enfurece, cuando tu piel se me acerca.

Mis cinco sentidos están entumecidos, al menos mientras sana mi corazón.


lunes, 10 de enero de 2011

¿En el mar la vida es más sabrosa?

Hay algo en el mar y la arena que me atrae y a la vez me aterra. A lo largo de mi vida he oído historias de personas que mueren ahogadas durante un fin de semana familiar o un paseo con amigos.

Por eso no soy de las que desafían las olas o de las que disfrutan como los delfines. Tampoco hago surf ni navego en veleros. Apenas acerco mis pies al agua y si amanezco valiente, dejo que me revuelque un poco.

El año pasado, en aquellos meses en los que me rodeaba el frío europeo, añoraba una playita chapina, una piscina, algo que me hiciera sudar y ponerme más morena. Me imaginaba caminando por la playa y me gustaba pensar que lo hacía en compañía. Creo que todas las ganas de estar en un lugar así tenían que ver con la necesidad de una caminata romántica sobre la arena, un atardecer en paz y calor rico.

Pero, de ese tiempo para acá, muchas cosas han cambiado. He intentado convencer a algunos amigos de ir, pero creo que elegí a los menos indicados. Ahora me pregunto si vale la pena explorarla en soledad. No estoy segura si me la disfrutaré tanto.

Foto tomada de mquemefotos.blogspot.com

viernes, 7 de enero de 2011

La frialdad de las comunicaciones virtuales

Ahora que tenemos twitter, facebook, mail, mensajes de texto, chats, etcétera, siento que se está perdiendo la costumbre de conversar en vivo y a todo color. Es que, es más fácil mandar un mensaje de texto, por ejemplo, que quedar en algún lugar, vernos a la cara y preguntarnos cómo estamos, reconfortarnos e incluso, recibir un abrazo cariñoso.

Se comprende cuando la comunicación virtual es lo único que le queda a uno para no perder la relación con familiares y amigos que están lejos, en otro país. Pero lo más curioso es que lo hacemos con personas que viven en la misma ciudad, en la misma zona o a veces, en la misma oficina.

No me gusta esta frialdad. ¿Eso me hará retrógrada y conservadora?

miércoles, 5 de enero de 2011

domingo, 2 de enero de 2011

Descubrimientos de fin de año


El primer día de este año, mientras yo desayunaba, mi sobrino más pequeño me acompañaba en la mesa. Vio cómo dibujé en una libretita a un niño comiéndose un pedazo de pizza. Sus ojos se abrieron más de lo que ya están porque hice un círculo lleno de dientes y un triángulo sostenido por una línea vertical.

Durante la Nochebuena, mi otro sobrino aprendió a encender volcancitos y luces de colores. Además, durante la cena tardó varios minutos presumiendo la pierna de pollo más grande que se había comido en su vida (era una de pavo).

Ojalá no perdiéramos nunca esta capacidad de reconocer las cosas nuevas que nos da cada día, porque aunque ya estemos viejos, hay mucho que no conocemos. Lamentablemente los problemas, el trabajo, las cuentas por pagar, la inseguridad, la desconfianza... le van construyendo a uno un filtro que no deja pasar esos lindos y pequeños detalles del mundo hacia el corazón.

A mí me ha sucedido, pero en estas fiestas de fin de año tuve la fortuna de refrescarme con los descubrimientos de mis sobrinos. Yo me maravillo de verlos maravillarse. Y les tomo fotos y les grabo videos, les aplaudo o me río con ellos.

Desde que llegaron a la familia agregué el "wow" a mi vocabulario.