Para poder cobijarme ahí dentro, tuve que trepar por una enredadera metálica y una vez me acomodé en la cama, todos los peligros quedaron afuera. Me quedé dormida con la cálida sensación de una mano sobre mi ombligo.
Cuando desperté, me descubrí debajo de un grueso manto verde que me protegía del frío. Escuché que seguía lloviendo y me dio miedo. No quería irme.
¿Quién iba a querer salir de esa cuevita? ¡Y más aún cuando un ser cariñoso y dulce se ofreció a prepararme el desayuno!
1 comentario:
está para quedarse a vivir ahi!
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