jueves, 17 de diciembre de 2009

Inevitable recuento

Este mes me obliga a hacer un recuento de logros, fracasos, momentos felices y otros que no tanto. Lo que más resalta este año 2009 es ese descubrimiento en mí de dos cosas: que sí puedo escribir ficción (aunque apenas estoy dando mis primeros pasos) y que mis garabatos con tinta china pasaron de "manualidades" a lindos detalles.

Es increíble cómo la mente del ser humano bloquea habilidades o capacidades innatas con sólo repetir la frase "no puedo".

Yo solía afirmar que no podía escribir otra cosa que hechos periodísticos y por eso me acercaba a la literatura de No-Ficción. Sin embargo, este año me integré a un taller de escritura creativa y zas que me permito teclear en la computadora cosas diferentes. Y zas que al grupo de personas que me acompañan en esta aventura, les ha gustado lo que les he leído. Lo lindo de este taller es que nadie está sujetando mi mano para decirme cómo. Más bien, nos trazamos retos como un relato con narrador en tercera persona o un cuento cuyo personaje tenga ciertas características. Nada más.

Por el otro lado, por el de los dibujitos, también decía "yo no puedo dibujar". Pero bastó con que me llegara una bonita excusa para sacar eso que tenía ahí encerradito. Todo surgió a raíz de un regalo que le hice a mi papá. Quería hacerle algo con mis propias manos. Así que, pregunté cuáles eran los materiales más amigables para tal hazaña, compartí mi idea y me regalaron unos tips. Lo mismo hice con el regalo de mi mejor amiga. Y ahora, quiero regalarle uno de esos a todas las personas que quiero y que tengo cerca.

Teniendo eso en cuenta, creo que seríamos más optimistas si al final de cada año nos preguntáramos "¿qué cosas nuevas descubrí en mí esta vez?"

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Divagaciones

Por encima de la pantalla de mi laptop veo pasar siluetas de todos los colores, algunas más cerca que otras. Unas pocas se hacen visibles, se acercan y dejan en mi nariz olores fuertes, perfumes fugaces, sonrisas forzadas.

Alguien abre la boca, saluda "hey, qué tal estás?" y yo respondo mecánicamente "bien".

Suena en mi oído un violín, un chelo, y una guitarra melodiosa. Entonces me pregunto "¿bien?". ¿Eso qué significa? ¿Por qué se conforma con esa respuesta?

Así, empieza todo a desaparecer: el timbre de los teléfonos, la sensación hipnotizante de la luz blanca, las siluetas...

De repente respiro olor a tierra mojada, a brisa. Siento el sol entibiando mi rostro, pero mis manos siguen frías.

Abro los ojos y resulta que sigo en la oficina. Y el violín sigue sonando, también los teléfonos. Regresan las siluetas...

Creo que tanto desvelo y esta música, me hacen divagar.

Ilustración mentisworks.org

martes, 8 de diciembre de 2009

La síntesis del año viene en facturas


Curiosa manera de hacer el recuento de este año: un obligado ordenamiento de facturas.

Por medio de cientos de papelitos que fui separando por mes, recordé no sólo mis múltiples visitas al supermercado y la lavandería, sino también mis citas con el médico, la compra de medicamentos, pagos de peaje de camino hacia la playa y más de una cena con amigos y amigas.

A diferencia del legajo del año pasado, esta vez no tengo boletos de avión ni de bus extraurbano. Así que, ya sé en qué enfocarme a partir de enero ;o)

jueves, 3 de diciembre de 2009

Dulce compañía

Entré sin hambre al comedor de siempre. Me inserté en esa nube de humo blanco con olor a churrasco y decidí ubicarme en la mesa más cercana a la puerta, para evitar -según yo- que ese aroma se impregnara en mi ropa.

El amplio lugar se llena regularmente de oficinistas que salen a almorzar o de familias pequeñas que andan de compras por el mercado central. A quienes llegamos sin compañía nos toca sentarnos en unas diminutas mesas empotradas en la pared. Así que, fui directamente a ocupar uno de esos asientos.

Apenas estaba acomodándome cuando me habló una señora mayor -yo le calculé 60 años- y me preguntó si iba sola. Al decirle que sí, me invitó a acompañarla. "Así nos hacemos compañía", me dijo. No me pareció mala idea.

Ella ya tenía su plato servido: una porción de pollo asado, verduras y arroz. Yo intentaba ubicar a la mesera, mientras ella empezaba una interesante conversación.

Me habló de muchas cosas que dicen los periódicos, la reforma fiscal, el presupuesto del 2010, el impuesto a los celulares... "Qué bien informada está", pensé. ¡Y qué lúcida! Ella llevaba la batuta en la plática y era ella quien llamaba constantemente a la señora para que me llevara mi comida, mi tenedor, mis tortillas.

Poco a poco me fue revelando cosas más personales: es jubilada, nunca se casó, no tiene hijos, siempre vivió con su mamá, le gusta ir a las iglesias, su casa se incendió "en la época de Laugerud", su verdadera edad es 77 años y hoy, quería comprarse un pastelito en De Imeri.

Al terminar de comer, me regaló un chicloso de pera. Me preguntó que si podía encaminarla, pues al fin y al cabo íbamos a tomar el mismo camino.

De todas sus anécdotas e historias, me quedo con un comentario que me hizo y que me humedeció los ojos. Me agradeció mucho el momento que compartimos y me dijo que soy "una dulce compañía".

miércoles, 2 de diciembre de 2009

En honor a Zoé Koplowitz*

Zoé no sabe por qué le tiemblan las manos. En cada cucharada de sopa que intenta llevarse a la boca, suda de la vergüenza. ¿Estará realmente tan nerviosa? Días antes estaba segura de que no importaba si ganaba o no, sólo quería llegar a la meta. Entonces, ¿por qué se siente tan débil? ¿Acaso no son suficientes los seis meses de chequeos médicos?

Siente un vacío en la boca del estómago. Una ligera náusea la empieza a agobiar. No puede seguir comiendo. Empieza a pensar en todos los escenarios posibles: una o dos caídas a medio camino, un desvanecimiento total, deshidratación, calambres. Cualquier cosa puede fallar en el momento menos esperado.

Y mientras se recupere en alguna solitaria camilla de hospital, circularán artículos burlones en los periódicos y chistes en la televisión, acompañados de sonrisas condescendientes de su familia o abrazos compasivos de sus amigas.

Pero entonces recuerda aquella lista que escribió hace un año, esa hoja de papel que le sirve para perder la cordura y soñar despierta. Desde que la redactó la tiene colgada con un imán en la refrigeradora, es la gran culpable de que haya decidido inscribirse en la maratón.

Desde la mesa del comedor, alcanza a leer la primera frase: “Sin un plan, mi sueño se convierte en fantasía”. Al menos esa parte la tenía asegurada. La habían contactado los ángeles guardianes, un grupo de médicos, enfermeros y voluntarios dispuestos a apoyarla durante el trayecto.

El pulso empezó a regularse.

La segunda frase dice: “Primero defino por qué lo hago, después el cómo lo haré”. La tercera le recuerda: “Los muros se presentan en diferentes tamaños y formas”… Y así, a medida que va leyendo, Zoé se va calmando.

Entonces, se sonríe y piensa que un poco de aire fresco le recordará aún más cosas buenas. Toma sus muletas y se levanta de la silla con dificultad. Sale al porch y se sienta en un sofá donde había dejado pendiente la confección de varias cintas de colores. Entre un par de suspiros termina de cortarlas y las anuda a esos dos soportes metálicos de color púrpura que la han acompañado durante 15 años.

Sólo así, se siente lista. “Cualquier cosa puede pasar”, se dice. “Pero al menos, quiero intentarlo”.

En esa época poco sabía Zoé Koplowitz que correría por 22 años consecutivos la Maratón de Nueva York. Y mucho menos se imaginaba que las 22 veces llegaría a la meta en último lugar, sin medallas ni aplausos, pero sí con la satisfacción de haber vencido una vez más, a las limitaciones de la esclerosis múltiple y la diabetes.

*Relato inspirado en esta optimista mujer.