miércoles, 29 de diciembre de 2010

La que espera

A veces pienso que estoy condenada a esperar y que aunque no me guste, nací para esperar. ¿Y eso qué significa? Que me persiguen situaciones en las que debo aguardar un periodo de tiempo mientras llega una persona o mientras ocurre una cosa. Y me pasa a mí, que soy una impaciente, una desesperada, una controladora, que quiero que todo suceda cuando yo lo necesito, cuando yo lo quiero.

Yo me pregunto si esta vida que me tocó, esta época en la que existo, me ha infectado con su rapidez porque todo se mueve aceleradamente y tal vez yo quiero que esa velocidad me acompañe. Sería otra la historia si me acompañara la lentitud de antes, aquella de cuando mi abuelita era niña y cuando todos respetaban el tiempo que se tomaba la naturaleza para hacer sus cosas.

Siento como si estuviera sentada en una banca, esperando a que llegue ese alguien o ese algo que me permitirá continuar con mi exploración del mundo. Y mientras llega, busco cómo entretenerme, muevo las cosas que sí puedo controlar, desarrollo otras, descubro un poco más de mí misma, pero luego me siento obligada a regresar a la banca a continuar esperando por aquello que no viene.

Muchos me dirán "vos podés salir de esas situaciones", "estás ahí porque querés" y tal vez tienen razón. Probablemente yo permito que la espera me alcance y me siente. Probablemente por eso siempre vivo con la esperanza de que suceda algo diferente en donde no me toque esperar, en donde todo camine a mi ritmo.

Probablemente por eso la espera me desespera.

viernes, 17 de diciembre de 2010

El frío en sus diferentes manifestaciones

Durante los meses que estuve fuera de Guatemala pude experimentar el frío como lluvia, aguanieve, hielo, niebla, granizo, nieve y viento. Todas estas manifestaciones de la temperatura bajo cero las sufrí horrorosamente y por eso, padecí cuatro gripes y una ronquera.

En Inglaterra el exceso de lluvia limitó la turisteada, especialmente de actividades al aire libre que se suspendían por mal clima. En Oxford la niebla nos asustó tanto que tuvimos que encerrarnos y disfrutar de la calefacción mientras veíamos los programas con los que se entretienen los ingleses en la televisión.

En La Haya vimos el granizo más fino y pequeño de nuestras vidas, afortunadamente, desde adentro del apartamento de mi amiga. En Amsterdam me sorprendió la nieve por primera vez. En cambio en Rotterdam conocí a ese viento despiadado que raja la cara y hace temblar hasta las vísceras.


En Berlín fue donde realmente examiné un copo de nieve y me di cuenta que son igualitos a los que dibujan en las caricaturas. En Frankfurt sentí caer a los copos más grandes e incluso, vi llover y nevar al mismo tiempo.


La ropa que llevábamos desde Guatemala no nos funcionó muy bien para aminorar el sufrimiento. Por eso, mis ganas de ir al Círculo Polar Ártico se calmaron, pues unos finlandeses que conocí en Amsterdam me contaron que estaban a -24 grados centígrados en su país.

Tal vez me animo a seguir explorando Europa, pero durante la primavera o el verano, así no regreso tan asustada como ahora con ese frío tan extremo.