He recibido pocos regaños en mi vida.
Afortunadamente tengo bien escondidos aquellos que marcaron mi niñez. Obviamente los que más me avergüenzan son los que recibo a esta edad porque la mayoría han sido filosos e intensos.
Quien regaña tiene que tener tacto, sutileza, encanto, cariño... Si el regaño es largo, lo único que genera es rencor o dolor.
A mí, cuando me ha tocado darlos, se me sale el sarcasmo. Espero no haber hecho llorar a nadie.
Por eso, hay que saber cómo. Y el mejor regaño es aquel que se da con una sonrisa sincera y que te recuerda entrelíneas cuánto te quiere la persona que te lo da.
Ese tipo de reprimendas te recuerdan que sos humano, imperfecto y aún así, querido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario