martes, 4 de mayo de 2010

El Espejo

Soy de plata y exacto. No tengo prejuicios.
Todo lo que veo lo trago de inmediato
tal y como es,
sin la turbiedad del amor o de la antipatía.

No soy cruel, solo veraz
-el ojo de un diosecillo con cuatro esquinas-.

La mayor parte del tiempo medito
sobre la pared de enfrente.
Es rosada. Con manchas. La he mirado tanto
que creo que forma parte de mi corazón. Pero se mueve.
Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago. Una mujer se asoma sobre mí,
buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo con fidelidad.
Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos.
Soy importante para ella. Viene y va.
Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad.
En mí se ha ahogado una muchacha,
y desde mí
una mujer mayor
se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible.





Sylvia Plath

2 comentarios:

Anónima dijo...

Te impactó este poema verdad? A mí también. Increíblemente bello y terrible a la vez...

Juan Pablo Dardón dijo...

Excelente, me llega la Plath.