Llegué con mucha hambre a la clínica. Me había pedido la enfermera que llegara en ayunas, así que desde las 9 de la noche del día anterior, no comí más.
Intenté leer y concentrarme en el libro de Tom Wolfe que llevaba, pero me resultó demasiado denso para una sala de espera. Lo cerré varias veces y me distraje con la conversación chistosa que me hacía Alejandra.
Dos horas después de la espera, por fin escuché mi nombre. Me hicieron pasar a un pequeño cuartito, repleto de máquinas y con una camilla al centro.
Me pidieron que me recostara sobre mi lado izquierdo y me rociaron un spray en la boca que inmediatamente durmió mi lengua.
El técnico encargado de las máquinas preguntó mi nombre... apenas y pude pronunciarlo.
Luego, el médico se excusó porque el líquido que estaba inyectando en mis venas "ardería" un poco.
Es lo único que recuerdo de la gastro-endoscopía.
Lo que sigue, es un flashazo de la enfermera sosteniéndome en brazos y dirigiéndome con lentitud y cautela hacia una cama.
No sé exactamente cuánto tiempo pasó, pero desperté con el cuerpo pesado y me di cuenta que tenía unas gotitas de sangre en la mano, a causa de la intravenosa.
Reconocí que estaba acostada en una cama con baranditas y ruedas, en medio de un cuarto frío-frío y con olor a alcohol. Segundos después, rompí en llanto.
Qué extraña sensación de abandono me provocó la antestesia.
3 comentarios:
amiga... tas mala del esmótago??? no sabía. todo bien? tas en tratamiento? lamento lo de la experiencia. Q estés bien. Besos.
Yo lloré y lloré pero de lo mensa que fuí en dejar que me la hicieran con anestesia local.
No vuelvo a tomar ese tipo de decisiones, por lo menos no vas a recordar nunca cómo lo hacen, es traumático...Ojalá no sea nada seño! ;)
Weni... entiendo esas sensaciones tan descontroladoras que te sientes tan desamparada que llorar no es suficiente. Tuve dos experiencias de ese tipo; una que se volvió una anécdota chistosa y otra que se volvió un recuerdo imborrable y para siempre.
Que sigas mejor amigüis.
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