miércoles, 2 de diciembre de 2009

En honor a Zoé Koplowitz*

Zoé no sabe por qué le tiemblan las manos. En cada cucharada de sopa que intenta llevarse a la boca, suda de la vergüenza. ¿Estará realmente tan nerviosa? Días antes estaba segura de que no importaba si ganaba o no, sólo quería llegar a la meta. Entonces, ¿por qué se siente tan débil? ¿Acaso no son suficientes los seis meses de chequeos médicos?

Siente un vacío en la boca del estómago. Una ligera náusea la empieza a agobiar. No puede seguir comiendo. Empieza a pensar en todos los escenarios posibles: una o dos caídas a medio camino, un desvanecimiento total, deshidratación, calambres. Cualquier cosa puede fallar en el momento menos esperado.

Y mientras se recupere en alguna solitaria camilla de hospital, circularán artículos burlones en los periódicos y chistes en la televisión, acompañados de sonrisas condescendientes de su familia o abrazos compasivos de sus amigas.

Pero entonces recuerda aquella lista que escribió hace un año, esa hoja de papel que le sirve para perder la cordura y soñar despierta. Desde que la redactó la tiene colgada con un imán en la refrigeradora, es la gran culpable de que haya decidido inscribirse en la maratón.

Desde la mesa del comedor, alcanza a leer la primera frase: “Sin un plan, mi sueño se convierte en fantasía”. Al menos esa parte la tenía asegurada. La habían contactado los ángeles guardianes, un grupo de médicos, enfermeros y voluntarios dispuestos a apoyarla durante el trayecto.

El pulso empezó a regularse.

La segunda frase dice: “Primero defino por qué lo hago, después el cómo lo haré”. La tercera le recuerda: “Los muros se presentan en diferentes tamaños y formas”… Y así, a medida que va leyendo, Zoé se va calmando.

Entonces, se sonríe y piensa que un poco de aire fresco le recordará aún más cosas buenas. Toma sus muletas y se levanta de la silla con dificultad. Sale al porch y se sienta en un sofá donde había dejado pendiente la confección de varias cintas de colores. Entre un par de suspiros termina de cortarlas y las anuda a esos dos soportes metálicos de color púrpura que la han acompañado durante 15 años.

Sólo así, se siente lista. “Cualquier cosa puede pasar”, se dice. “Pero al menos, quiero intentarlo”.

En esa época poco sabía Zoé Koplowitz que correría por 22 años consecutivos la Maratón de Nueva York. Y mucho menos se imaginaba que las 22 veces llegaría a la meta en último lugar, sin medallas ni aplausos, pero sí con la satisfacción de haber vencido una vez más, a las limitaciones de la esclerosis múltiple y la diabetes.

*Relato inspirado en esta optimista mujer.

2 comentarios:

GavilaSavilaMavila dijo...

Alguien alguna vez me dijo que la voluntad puede contra todo!! Qué lindo relato amiga!

GavilaSavilaMavila dijo...

Ya te escribí en el fb, pero esq lo volví a leer y me volví a inspirar ajaja! Tneee...esq está increíble esta señora porrdios!